Títeres

El ventrílocuo y su muñeco son enemigos porque compiten por los mismos aplausos. No se trata, pese a las apariencias, de una relación fácil. Hay temporadas en las que el muñeco es más listo que su dueño, más brillante también, más ingenioso, más agudo, más veloz en las réplicas. Por decirlo rápido, hay temporadas en las que el muñeco es el ventrílocuo. Quizá el Vaticano naciera como una suerte de muñeco de Dios, pero hoy es su dueño. La naturaleza diabólica del títere le empuja a ocupar el puesto de su creador (Lucifer). Si ustedes se fijan, hasta en la expresión del pelele más tosco se advierte ese instinto de autonomía, ese afán por seducir que tanto gusta e inquieta al respetable. Entre los mejores artistas sale tarde o temprano a relucir este conflicto de intereses con sus monigotes.
Al principio de la legislatura, la Conferencia Episcopal parecía un eco político del PP. Un monseñor Rouco como de medio metro, ataviado con las ropas de colores propias de su rango, aparecía sentado en los muslos de Rajoy, que lo manipulaba por la espalda con la habilidad de un artista ducho en la materia. Rouco se limitaba entonces a ampliar el mensaje de su dueño con la gracia y el desparpajo que le faltaban a él. Mas de repente, como suceden estas cosas, el muñeco devino en persona y ahora es un Rajoy de madera el que aparece sentado sobre las rodillas de Rouco, obligado a decir cosas sobre el aborto, el divorcio o el matrimonio que ponen en evidencia a su partido. El debate entre Zapatero y Rajoy (si finalmente se ponen de acuerdo) promete mucho, no decimos que no, pero lo que pulverizaría todas las marcas de audiencia conocidas sería un encuentro televisivo entre Rajoy y Rouco (o entre Zaplana y monseñor Camino). Hay un problema: quizá no se pusieran de acuerdo en quién debería aparecer en las rodillas de quién.
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