Una costurera de pueblo
En las ruinas de mi memoria hay una frase célebre que dice algo así como que bajo el cielo hay más cosas de las que caben en la imaginación. Dígalo ¿Shakespeare? o su porquero Agamenón. Cuando una novelista interesante como Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968) elige a aquella costurera de pueblo, enferma de soledad y rebasada de amantes, déspota y genial, que marcó tendencia, pespunteó una época -la del París desde la guerra del 14 hasta los coqueteos colaboracionistas con los alemanes en el cuarenta- y sobrevivió a todo y a todos, Coco Chanel; uno puede preguntarse por qué se mete la escritora a novelar una biografía tan conocida, en lugar de buscar terrenos más cómodos en la ficción. Porque, ciertamente, uno puede encontrar anécdotas -los Rembrandt y los Franz Hals, que pudieron ser suyos; los 30.000 francos franceses que prestó, a fondo perdido, a una amiga manirrota rusa; Stravinski confesándole a su propia mujer, "¿a quién si no...?, su amor por Coco; y tantas otras-, que utiliza Sánchez-Andrade, casi palabra por palabra, en el libro de Paul Morand, El aire de Chanel; e incluso la misma justificación de su colaboracionismo -salvar la ópera de manos de los alemanes- por parte de Serge Lifar, del círculo de Diaghilev, en una línea de la obra de Anthony Beevor, París después de la liberación. Eso por citar dos libros que tengo a mano -desconozco la biografía aparecida hace unos años en Circe-. Y si me extiendo en estos ejemplos, y tantos más -el libro de Morand es un muy interesante "yo, Coco" lleno de perplejidades y recuerdos de quien, "Guermantes de la moda", Morand dixit, se sentía atrapada por el pasado, desconcertada en ese tiempo nuevo, el de De Gaulle, el de la Liberación-, es porque la autora ha sabido administrar bien la documentación manejada, una Coco muy canónica, y a su vez un personaje de ficción.
COCO
Cristina Sánchez-Andrade
RBA. Barcelona, 2007
286 páginas. 20 euros
Una costurera que nunca ol
vidó sus orígenes humildes, que desconfió de los hombres -y los tuvo a pares sin necesidad de sosegarse por la edad- porque su padre se fue solo a hacer las Américas, que fue látigo y madre con sus empleadas, que liberó a la mujer de sus corsés y otras impedimentas de la época. Una mujer singular, que reinó en una época sin igual. Pero en todo momento la escritora -y eso es mérito suyo- ha sabido ponérnosla, ante el espejo de nuestra mirada de lectores, sin afeites, sin embustes. La Coco de Sánchez-Andrade es, así, un ser desvalido, falto de afecto, que se arranca el pelo a puñados o se desnuda a solas para nadie; un ser que funciona adecuadamente como ente de ficción. Está muy bien contada su relación con su madre, su secreto infantil, sus visitas al psicoanalista; es más convencional el repaso a la carrera, por el París de Diaghilev, Picasso, Stravinski y Cocteau. También lo son sus amores: primero de protegida -nunca perdió su condición de la otra-, o los que ella escogió, rusos blancos, millonarios ingleses, oficiales alemanes con sensibilidad artística. Tal vez el tempo resulte un tanto descompensado, dedicando más espacio a la Coco de los años veinte, reina de la época, que a la Coco de finales de su vida: pasa como sobre ascuas por la ocupación alemana y su huida a Suiza, tras la Liberación, para recuperar a su bravo oficial alemán. En fin, quizá en estos años, más oscuros, había más posibilidad de hacer ficción y Sánchez-Andrade ha preferido centrarse en la Coco más conocida. Una novela que ha sabido sortear el lastre de todo lo que se ha escrito sobre ella, aportando humanidad al personaje. Nos lo ha acercado.

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