Ofrendas a los dioses

Pasó la noche de los Oscar, fecha cumbre en la religión contemporánea, esa que adora a los famosos. Como haría cualquier tribu de Polinesia, la sociedad les inunda de regalos. Es uno de los pequeños secretos de los Oscar, los Emmy o los Golden Globe, sin olvidar eventos "alternativos" como Sundance: grandes y pequeñas empresas pagan buenas cantidades para que sus productos entren en las bolsas de regalos -en la jerga, goodies bags o swag- que se reparten entre los asistentes de mayor brillo.
Vaya sarcasmo: se llena de obsequios de alta gama a los que ya tienen de todo (o abundante dinero para comprarlo). Ordenadores, móviles, cosmética, relojes, ropa, zapatos, maletas, motocicletas, instrumentos musicales, cruceros, estancias en hoteles, servicios de belleza, una lista infinita. Inicialmente, era una forma barata de conseguir publicidad. El argumento: si se difunden imágenes suyas usando tal marca, las ventas crecerán.
Pero ese tiempo inocente ya pasó. Las figuras cobran ahora por avalar cualquier producto; dicen que hay raperos que pasan factura cuando mencionan en sus grabaciones un vodka o un teléfono. Finalmente, el contenido de muchos gift bags es repartido entre empleados o parientes de la estrella.
Lo saben los genios del marketing pero ya no pueden parar: la práctica se ha convertido en una obligación, especialmente para compañías que aspiran a vender glamour. Para los receptores, se trata de una prebenda más, exigible con malos modos, como pude contemplar en unos premios Grammy. Incluso, entró en los guiones: en un capítulo reciente de Los Soprano, dos mafiosos roban violentamente la bolsa de Lauren Bacall.
Que conste que ciertas divinidades de Hoollywood advierten lo aberrante de tanta generosidad: algunos (pocos) lo rechazan o, caso de George Clooney, lo donan a una organización benéfica. No hablamos de minucias: el monto de lo regalado a los presentadores de los Oscar de 2006 superaba los 75.000 euros.
Pero llegó Hacienda y mandó parar. Enorme consternación entre los beneficiarios: los dioses vivientes del Primer Mundo no están habituados a pagar por las ofrendas de sus fieles.
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