Fernando McLaren
Fernando Alonso empieza a enfadarse, luego todo va bien.
Su primera regañina de la temporada indica que sigue siendo un ganador compulsivo. Salió de la barriga del McLaren Mercedes con el cuello hinchado, enfiló esas cejas suyas que parecen un segundo bigote y respondió con la retranca de costumbre, la retranca del lobo, a una pregunta de su amigo Lobato.
-Lo único que verdaderamente me gusta del nuevo coche es el color-, dijo con una sonrisa envenenada.
Sin el aplomo de sus enormes gomas negras, el nuevo coche podría ser el Halcón Milenario de la Guerra de las Galaxias o quizá la versión estilizada de aquellas naves de la serie Flash Gordon cuyo aspecto, con sus aletas curvas y sus morros puntiagudos, hacía pensar en una colección de vasijas de diseño o, más exactamente, en las distintas versiones de un mismo frasco de colonia. Como todo el catálogo de bólidos del campeonato mundial, está rodeado de toberas, alerones y otros complementos aerodinámicos, pero, como dice Fernando entre dientes, la elegante combinación de los dos tonos de esmalte vuelve a distinguirlo de sus abigarrados competidores en la parrilla: el fondo gris-plomo, veteado de rojo-arcilla, le transmite una prestancia inglesa que no se pierde bajo la interminable maraña de cifras, logotipos y etiquetas.
Fernando, sin embargo, sigue participando de la obsesión por la excelencia que siempre distinguió a los grandes pilotos de carreras: como a sus más ilustres predecesores, todo le parece poco.
-El coche cabecea en mitad de las curvas y no es tan rápido como creíamos-, insistió, sin alterar esa expresión de cabecilla sobrado que tanto censuran sus detractores.
En la trastienda del equipo nadie acusa la fatiga de las vísperas. Sus ingenieros y mecánicos saben que está atrapado en el laberinto del campeón y reconocen la necesidad de un sobreesfuerzo. Para ellos la situación es inmejorable: puesto que la mecánica no se ha resentido en los ensayos de pretemporada y dan por resuelto el viejo problema de la fiabilidad, pueden atender sin demora las exigencias de su primer piloto. Afinan los reglajes, hacen retoques infinitesimales en el rendimiento del motor y preparan los últimos ajustes en el túnel de viento. Una vez más, se trata de conseguir las dos ventajas que separan un buen coche del mejor coche: la estabilidad y la rapidez.
Mientras comprobamos que el televisor huele a gasolina, también aquí tomaremos precauciones. Seguiremos los preparativos del Gran Premio de Australia, analizaremos el zumbido de los Honda, vigilaremos de cerca a Raikkonen, Heidfeld, Fisichella, Massa, Kovalainen y Button y en el último minuto volveremos a fisgar en el box de McLaren.
Ya conocemos la clave. Si Fernando gruñe, todo va bien.
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