Holanda, en crisis
Holanda nunca ha vuelto a ser el mismo lugar abierto y confiado después del ascenso y asesinato hace cuatro años del político populista Pim Fortuyn, que propugnaba poner coto a la inmigración. La crisis del modelo, el intento de acomodarse a una naturaleza multiétnica y multicultural, se hizo definitiva con la muerte en 2004 del cineasta Theo van Gogh a manos de un fanático musulmán. Una de las consecuencias más visibles de este proceso ha sido el modo en que los holandeses han ido apreciando progresivamente las políticas inmigratorias restrictivas.
En este tejido social y políticamente debilitado se ha producido la última crisis del Gobierno de coalición, dirigido por el democristiano Jan Peter Balkenende, que ni siquiera lo es plenamente, puesto que está en funciones y de salida tras las inconcluyentes elecciones anticipadas de noviembre pasado. El detonante ha sido la negativa del Ejecutivo, a petición de la hasta ayer ministra de Inmigración, la abrasiva Rita Verdonk, a poner en práctica una decisión parlamentaria, aprobada por iniciativa de la oposición laborista, para amnistiar a miles de inmigrantes que pidieron asilo en los Países Bajos antes de abril de 2001 y cuya expulsión se decretó en 2004 a lo largo de tres años. El no de Verdonk ha llevado al Parlamento a reprobar por un voto a la ministra. Balkenende se ha visto forzado a congelar parcialmente las deportaciones y ha trasladado a su colaboradora a la cartera de Justicia.
La crisis sería una más en torno a la inmigración, el nuevo eje de la política holandesa, y con epicentro en la ministra Verdonk, miembro prominente del partido liberal de derechas (VVV), fiel socio de coalición con los democristianos. Esta campeona de la línea dura provocó en junio pasado el colapso del Ejecutivo, tras una formidable tormenta nacional, al privar del pasaporte holandés a la diputada Hirsi Alí. Y anunció recientemente la prohibición en público de el burka y el nikab. Pero el paso atrás de Balkenende tiene mayor calado, porque se produce en un país sin Gobierno real; y nada sugiere que al atribulado primer ministro, cuyo partido tiene 41 magros escaños de los 150 de la Cámara baja, le vaya a ser fácil armar una alianza viable para la que necesita un tercer socio tras el retroceso electoral del VVV. El Partido Laborista, segundo más votado, espera ser invitado a una improbable gran coalición.
La decisión in extremis del jefe del Ejecutivo es, en cualquier caso, un parche político más en un país agitado por un persistente mar de fondo. Los cuatro años de Balkenende en el poder quizá arrojan un balance económico tranquilizador, pero no han servido para disipar la creciente inquietud de los holandeses sobre el rumbo de su cambiante sociedad.
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