Distensión norcoreana
Entender desde una óptica racional la conducta de Corea del Norte es un vano ejercicio de política. El 9 de octubre anunciaba el éxito de una presunta prueba nuclear, lo que causó conmoción mundial y la imposición de sanciones comerciales, relativamente benignas, de la ONU. Días más tarde, Pyongyang informaba de que barajaba realizar una segunda prueba en un futuro cercano. Sin embargo, cuando todo indicaba que la tensión se mantendría, ayer se conoció que los norcoreanos han aceptado retomar al diálogo multipartito a seis sobre su programa nuclear -ellos más Corea del Sur, EE UU, China, Japón y Rusia- del que se habían retirado hace un año en respuesta a las sanciones financieras impuestas por Washington por tráfico de droga y venta de material militar.
El objetivo de estas negociaciones es la desnuclearización de la península coreana. Pyongyang había afirmado que sólo regresaría si los americanos levantaban el castigo. Ahora, sin embargo, accede a volver sin condiciones. En el cambio de actitud del extravagante y estalinista régimen de Kim Jong-il ha tenido mucha influencia China, que organizó un encuentro informal a tres con norcoreanos y americanos ayer en Pekín. Las conversaciones podrían reiniciarse este mismo mes, pero con Pyongyang nada puede asumirse de antemano. Al margen del diálogo a seis, no es descartable (y hasta deseable) que Washington y Pyongyang retomen en el futuro los contactos bilaterales que se iniciaron durante la Administración de Clinton, pero suspendidos por la de Bush. La crisis del mes pasado debería servir para algo. Pero para ello, Kim debería dar garantías de acabar con sus planes de rearme nuclear a cambio de ayuda económica.
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