Paranoias imperiales
Aquí estamos, fumigándonos otro
agosto repleto de tragedias. Este año ha sido lo de Tom Cruise en el paro. Hace nueve (parece que fue ayer), lo de Diana y Dodi. Menos mal que el pasado mes de diciembre fui con dos amigas en peregrinación a Harrod's para postrarme ante su monumento (y ante la figura de cera de Mohamed el Fayed: bocado cardenalicio del kitsch, con traje príncipe de Gales auténtico). Tal como se van poniendo los controles de seguridad y otras añagazas en los aeropuertos, me parece que a los Estados y el Reino Unidos va a viajar Su Graciosa (la del bolso, el sombrero y el jardín sin regar por culpa de la sequía: ah, la de la corona).
Me produce verdadero pánico meterme en un avión lleno de... ¿A ver? ¿De qué dirían ustedes? Pues de pasajeros occidentales histéricos que organizan un motín en cuanto ven una piel de color más oscuro. De repente todos sabemos idiomas: "Les oí hablar entre sí en árabe, diciendo cosas sospechosas", alertó a la tripulación una pasajera del vuelo Málaga-Manchester que, días atrás, hizo el ridículo con tremendo ataque colectivo de paranoia. Debía de tener un oído muy fino, la dama, pues los aludidos eran ciudadanos británicos cuyos orígenes, en vez de brotar o surgir de Cartagena y Torrevieja como los míos (tengo un pasado que incluye el presente actual de Zaplana y el futuro figurado de los presuntos torturadores policiales) eran paquistaníes y, por tanto, no hablarían en árabe, sino en urdu. Pero es que, además, uno de los retenidos -fueron interrogados por nuestra atenta Guardia Civil- era un piloto de la compañía aérea que estaba regresando a casa tras unas jornadas de asueto.
Habrá que esperar a que el FBI haga públicas las cintas con los secretos de sus clientes que grababa el detective Anthony Pellicano
Lo cual me lleva a anticipar otra modalidad paranoica: imaginen que, en otro viaje y en pleno vuelo, la puerta de la cabina se queda entreabierta y los pasajeros advierten que un individuo de rasgos oscuramente sospechosos y con el uniforme de la compañía ¡ha suplantado al comandante! Y... ¡oh no, el copiloto también es de por allí abajo! ¡Hay que detenerlos como sea! Catacrack.
Volar -si se implantan en toda la Unión Europea las medidas que exigen los gobiernos anglo- se va a poner literalmente en un ojo de la cara, eso si nos miran el iris como han empezado a hacer en Holanda (pues oye, por un Vermeer si que me dejaría el iris registrado en un aeropuerto), o en un coñazo considerable de colas y tonterías, y yo sin mis cremitas de Asuntos Internos.
La vida no resulta nada fácil ni siquiera para aquellos a quienes nos resulta fácil la vida. ¿Me captan? Ya que te has pasado media tarde esperando tu turno para despelotarte delante de una agente que ni siquiera remata la faena, lo mínimo que deberías tener allá arriba, en el pájaro volador, es un poco de paz. Ese Momento Sobrecargo en que se producen un intercambio de sonrisas y una promesa de copa, previo pago (no pido más) para cuando se haya realizado el despegue.
Déjenme que vuelva a lo de Tom, el hombre que entró en la Dimensión Paria de Hollywood por haber confundido la cienciología con las ciencias, el parto con el embalsamamiento y, cielos, no me atrevo ni a pensar lo que debe de creer que es follar. Tampoco me atrevo a preguntárselo a Pe, que tiene mucho carácter. Habrá que esperar a que el FBI haga públicas las cintas con los secretos de sus clientes que grababa el detective Anthony Pellicano, a quien 9 de cada 10 estrellas de cine utilizaban para que les lavara los trapos sucios... Entre ellas Tom.
Mientras, no veo el momento de que llegue septiembre para subirme a un avión de una compañía árabe, con pasajeros mayoritariamente árabes, con tripulación árabe, y nadie entre ellos dispuesto a pensar que el color de mi piel o mi origen occidental me igualan o identifican con los miserables que bombardean sus países.
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