Un ingeniero humanista
Enganchado a la tradición de los ilustres antecesores del XIX, que renovaron, entre otros, Clemente Sáez, García Hortelano, Juan Benet o el propio Fernández Ordóñez, se introdujo por los resquicios del pasado para asombrarnos con sus hallazgos y teorías sobre la capacidad de los antiguos para construir máquinas y forjar infraestructuras sobre las que la humanidad ha cimentado su actividad económica y social.
El estudio de las Máquinas y artes de construcción portuaria o la Tecnología constructiva portuaria (1985); su indagación sobre Fábricas hidráulicas españolas (1987) y, con Joaquín Fernández Pérez, El azúcar en el Viejo Mundo, el impacto en su elaboración (1989), o bajo el auspicio del Real Jardín Botánico de Madrid, los Puentes vegetales de hamaca en el Nuevo Mundo y La revolución tecnológica del molino hidráulico (1990), junto a cuestiones tan sugerentes como Del chocolate de los aztecas a la compañía guipuzcoana de Caracas (1990), le llevaron a la colosal obra sobre la Ingeniería española en ultramar, publicada por el Colegio de Ingenieros de Caminos, donde el conocimiento de la explotación de la minería de la plata o de la evolución de la entrada de la bahía de Cartagena de Indias se convierten en amenas versiones científicas con una capacidad de arrastre que pocas veces alcanza la novela.
No es, pues, extraño que, tras presentar con notable erudición y atinadas observaciones, con su Joaquín Fernández, la reedición de la Descripción de las máquinas del Real Gabinete (1991), obra de Juan López de Peñalver, resultase nombrado director gerente de Cehopu donde, entre muchas actividades, promovió, formando parte del comisariado, una extraordinaria exposición -Obras hidráulicas en la América colonial- que, entre otras muchas experiencias, permite recorrer, como las calles de una ciudad hecha nuestra, las explotaciones mineras de la plata y la vida del expoliado Potosí.
Encargado desde 1993 de la Cátedra de Estética e Historia de la Ingeniería Civil en la ETSI de Caminos de Granada -que obtendrá en propiedad en 2003-, donde tiene ocasión de ocuparse de los antecedentes orientales de la ingeniería española o de abrir un aula de retórica para mejorar la capacidad oratoria de los futuros ingenieros, desarrolla una labor que sólo sus alumnos pondrán en valor con el tiempo, e inicia una tarea de recuperación de la memoria del patrimonio cultural imputable a la ingeniería, poniendo en valor la obra de hombres entregados a la sociedad en la que vivían, en los que ha prevalecido el interés colectivo sobre lo personal, evidenciando lo poco conocidos que son sus nombres frente a la profusión con que aparecen los de otras profesiones más individualistas.
Así rememora a Betancout en Los inicios de la ingeniería moderna en Europa (1996) y elabora su magnífico Felipe II. Los ingenios y las máquinas. Ingeniería y obras públicas en la época de Felipe II, 1998, ejemplo de que un país no es el fruto de la voluntad de un hombre singular, sino la consecuencia del empeño del universo de hombres valiosos que se emplean en ello. Luego prepara la magnífica exposición Artifex. Ingeniería romana en España (2002), después editada en un espléndido libro, que cinco años después sigue deslumbrando a legos y expertos; es nombrado gerente de la Fundación Juanelo Turriano y se convierte en referencia obligada y consejero de todos los eventos que indagan en el pasado de la ingeniería civil, en el autor buscado por las grandes empresas del sector para exponer mejor el pasado que las justifica (Historia del transporte en España, Ineco-Tifsa, 2005, es su última publicación), en el brillante orador que es capaz de encantar a sus oyentes que, a partir de hoy, podrán seguir comprobando la veracidad de sus teorías por más que pudieran parecer historias llenas de magia en la mente de un fabulador maravilloso convertido en nuestro historiador de la ingeniería civil.

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