La chirigota política
No necesitaba la tan desvencijada trama de la política europea y mundial, de las payasadas de las que la ha hecho objeto Silvio Berlusconi en su última campaña electoral para acabar perdiendo la poca consistencia que le quedaba. Pero esta permanente mofa de lo público, las incesantes chocarrerías y bufonadas en torno de lo colectivo, el consumo de la irrisión como materia cotidiana de lo gubernamental que han sido las grandes pautas de su discurso no buscaban ni perturbar la agenda electoral ni desconcertar al enemigo mediante provocaciones y cuchufletas, sino que tenían un único objetivo: desprestigiar y desmantelar la política, deslegitimando sus supuestos y vilipendiando su ejercicio.
Para quienes condenamos las pequeñas y grandes iniquidades de la actividad política y reivindicamos que conjugue dignidad simultáneamente con eficacia, el pitorreo berlusconiano del quehacer comunitario, al sustituir la critica por el descrédito, nos priva de una práctica ciudadana capital y nos encierra en el comportamiento perverso de la impugnación total y por principio no sólo del Estado, sino de lo que no es común, de lo de todos. Opción que, a caballo del conservadurismo liberal y de las disfunciones democráticas actuales, encuentra cada día más valedores en todas partes.
Berlusconi ganó sus primeras elecciones arropado en un nacionalismo populista y personalizado para el que sus éxitos empresariales, antecedente paradigmático de sus futuros éxitos políticos, tenían como soporte y consecuencia el éxito de Italia. El nombre de su partido, Forza Italia, no era un grito de guerra sino una invitación al triunfo, una autocelebración de la victoria excelentemente escenificados en el tratamiento icónico de su campaña: Italia por todas partes, belleza de los paisajes y las ciudades, logros de la ciencia y la economía empresarial, el arte sin desamparar. En su última campaña, el caimán, como le ha llamado Nanni Moretti, ha cambiado de signo. Ya no nos convoca a la esperanza y a la felicidad, sino al miedo. Miedo a la delincuencia que mata, miedo a la inmigración que atenta a nuestra identidad y a nuestro nivel de vida, miedo al paro y a la precariedad que fragilizan nuestras sociedades, miedos al aumento de los impuestos, que sólo sirven para engordar una burocracia opresora e inútil, miedo a la globalización que nos confina en la impotencia nacional, miedos a las rupturas de un tejido social al que las drogas, la violencia juvenil, el reconocimiento público de las uniones homosexuales y la pérdida general de valores amenazan desde todas las esquinas. A este concierto de miedos que coincide hoy con los grandes temas de la derecha reaccionaria en Occidente tenía que ser sensible la Italia de la derecha tradicional: la del mercado, lo privado, las empresas, la familia, el riesgo colectivista de lo estatal, el fantasma del comunismo. Este ha sido su gran acierto y el que explica lo inexplicable: que un gran país como Italia confíe su destino a un bufón chanchullero.
Dos han sido sus territorios de predilección, el Norte y Sicilia, con ese indisputable metaterritorio de Il Cavaliere que es la televisión. En el norte, Lombardía y el Véneto han sido de manera constante el granero de votos de la derecha que han rozado en todas las elecciones el 60 %. La Liga en las zonas de la pequeña y mediana industria del noreste y Forza Italia en Milán han conservado también esta vez casi íntegras sus posiciones.
En Sicilia los residuos de la vieja democracia cristiana y las redes electorales controladas por la Mafia han contribuido de manera decisiva al predominio del campo berlusconiano. Pero sobre todo en ese 50% de italianos que han optado por la Casa de las Libertades los centristas de la UCD, y en particular los posfascistas de la Alianza Nacional, han tenido un peso fundamental y han constituido a Berlusconi en actor principal e indesplazable de la gobernación italiana. Con ello, a la lista de experiencias y procesos políticos perversos que ha vivido su país en el siglo XX -el fascismo, las mafias, la economía sumergida, el terrorismo negro y rojo, la corrupción institucionalizada- Berlusconi ha añadido dos nuevos productos: la movilización antipolítica de masa y la chirigota pública como armas letales contra la ciudadanía democrática.
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