Débil y oportunista

Nada hay más oportunista que designar un culpable en la derrota cuando la responsabilidad es colectiva. Nada es peor que tomar decisiones demagógicas en tiempos de crisis. Nada debilita tanto el liderazgo como la búsqueda de la aprobación popular por encima de cualquier otro valor. El fútbol es muy proclive a vulnerar los códigos de honradez que afectan a los equipos. Hay demasiadas circunstancias que pesan sobre la conducta de técnicos, jugadores y directivos. Pesan los malos resultados, el desencanto de los aficionados, la presión del periodismo. Todo pesa en el fútbol, hasta lo que se sospecha beneficioso. Muchas de las desgracias de los grandes equipos se producen en los tiempos de éxito, cuando el egoísmo, la vanidad y la soberbia llevan a la gente a arrogarse una cuota desmedida del triunfo. El fútbol es devastador porque exige a sus protagonistas un ejercicio prácticamente diario de análisis y equilibrio. Por eso mismo es muy difícil salir indemne de su efecto contaminante.
López Caro se manifestó ayer como un entrenador débil, oportunista y sin ninguna capacidad de liderazgo. No convocó a Ronaldo para jugar contra el Atlético. Se apoyó en razones técnicas que no explicó. Ronaldo ha sido el máximo goleador del equipo en las dos últimas temporadas. También en ésta, a pesar de un largo periodo de lesiones. Es su único delantero centro. Ha sido tradicionalmente una amenaza demoledora para el Atlético. Le ha marcado siete goles en seis partidos con el Madrid, a los que se añaden los tres que le metió en el único que disputó contra él con la camiseta del Barça. Le acredita, por tanto, una larga trayectoria como goleador y un ojo clínico para destrozar al Atlético.
Ronaldo no ha jugado bien en las últimas semanas. Junto a Raúl, ha sido protagonista de un ruidoso incidente que ha evidenciado la fractura del vestuario. Pero su aportación merece analizarse en el pésimo estado del equipo en los dos últimos encuentros, frente al Arsenal y el Mallorca, fracasos colectivos de primera magnitud. En cualquier caso, no era Ronaldo el que apareció distraído y apático en la celebración del gol de Sergio Ramos. Se limitó a jugar mal. Como todos. Su problema es que se ha convertido en una coartada para todo tipo de excesos demagógicos.
Es más sencillo elegir a un responsable en una crisis colectiva que analizar las causas globales de un fracaso. Al fondo de esa especie de discurso a los descamisados que lanzó Fernando Martín, el nuevo presidente, todos se imaginaron a Ronaldo, al que la hinchada tiene por la representación ambulante del galáctico apático y millonario. Enardecer a las masas con un mensaje populista es fácil. Concentrar el veredicto en un jugador resulta tentador. Todo invita a dejarse llevar por esa corriente oportunista. Pero en esos momentos se observa la madera de un líder. López Caro no lo es. Ha preferido ofrecer la cabeza de Ronaldo a asumir sus responsabilidades posiblemente con la vana intención de prorrogarse como entrenador del Madrid. Ni siquiera le sirve la coartada de la protección a Ronaldo frente a la inquina de la hinchada. A Ronaldo hay que exigirle que demuestre su categoría, no preservarle como a un juvenil.
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