El fantasma de la burbuja tecnológica

UN FANTASMA recorrió las bolsas de valores durante la semana pasada: el del estallido de la burbuja tecnológica que arruinó a tanta gente a partir de abril del año 2000. Esta vez, el epicentro de los problemas no estuvo, como antaño, en EE UU, sino en Japón, donde la empresa icono de Internet fue acusada de falsificar sus cuentas. Durante varias jornadas, a ese acontecimiento puntual se añadieron los problemas geopolíticos de Occidente con Irán y los ataques guerrilleros a diversas compañías petroleras de Nigeria (ambos países, grandes exportadores de crudo), un fraude por la red a la Hacienda británica que le causa graves trastornos, y unos beneficios por debajo de lo esperado (profit warning) de empresas tan representativas de la nueva economía como Intel y Yahoo. Resultado: la inquietud.
El grupo japonés icono de Internet ha sido acusado de manipular el precio de las acciones. A ello se le unieron problemas geopolíticos en Irán y Nigeria y unos resultados menores de lo previsto en Intel y Yahoo
Livedoor es un grupo que vende servicios por Internet, como entradas para espectáculos y paquetes turísticos. Su presidente, Takafumi Horie, un treintañero, simbolizaba el cambio generacional entre el empresariado y un emblema de éxito de la nueva economía. El pasado año, mientras la Bolsa japonesa se revalorizaba un 40%, las acciones del grupo de Horie lo hacían en un 90%. Desde 2000, Livedoor ha comprado una veintena de empresas, para llenar de contenidos de pago los servicios que permite Internet.
La pasada semana, retransmitido en directo por las cámaras de televisión, la policía judicial japonesa entraba en la lujosa sede social del grupo para conseguir las pruebas de que Horie había manipulado la cotización bursátil de su grupo, delito castigado con hasta cinco años de prisión y una fuerte multa económica. Se sospechaba que Horie había subido artificialmente las acciones, y que con las plusvalías obtenidas había comprado muchas de las empresas.
Al conocerse el hecho, la Bolsa de Tokio comenzó a bajar, contagiando -como ocurre en una economía globalizada- al resto de las plazas del mundo. El pasado miércoles, ante la avalancha de órdenes de venta, Tokio hubo de cerrar con media hora de antelación, lo que era la segunda vez que ocurría en su historia. Se temía que no tuviera la capacidad de procesar el excesivo volumen de transacciones ligadas al escándalo Livedoor. Algunos recordaron lo sucedido cinco años antes, cuando el estallido de la burbuja tecnológica se llevó por delante a dos entidades como Softbank e Hikari Tsuhin, que también utilizaron las irregularidades de las valoraciones hinchadas y las adquisiciones de empresas de Internet muy baratas.
El 4 de abril de 2000 cambiaba el sentido de la valoración de las empresas de la nueva economía. Ese día, el índice Nasdaq abría a primeras horas de la jornada con una caída brutal: 700.000 millones de dólares se hacían humo virtual. El 14 de abril se conocía el índice de inflación en EE UU correspondiente al mes de marzo (0,7%, más alto de lo esperado), lo que provocó otra gran caída, que esta vez también afectó a los valores tradicionales, representados en el índice Dow Jones; según algunos cálculos, entre el 4 y el 14 de abril de ese año se evaporaron 2,1 billones de dólares, lo que equivalía a la totalidad de la deuda externa del Tercer Mundo.
Conviene no ser alarmistas, pero tampoco dejar de ver lo que sucede a nuestro alrededor. Además hay alguna noticia añadida de mal fario: ha vuelto al mercado Harry Blodget, uno de los analistas más afamados de los tiempos de la burbuja. Blodget pronosticó en 1998 que las acciones de Amazon se pondrían en 400 dólares y acertó, por lo que fue fichado por Merril Lynch. Dos años después, la SEC (el regulador bursátil en EE UU) le acusó de fraude por recomendar a sus clientes acciones que en privado consideraba pocos menos que basura. Se le prohibió trabajar de por vida en la banca de inversión, y ahora, a través de su blog, ha pronosticado una fuerte caída del valor estrella: Google.
No conviene olvidar a Galbraith, que pronosticó que cada generación comete en Bolsa los mismos errores que la anterior.
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