Blando melodrama histórico
Ambientada en diez años cruciales en la historia europea del siglo XX, los que transcurren entre mediados de los treinta y el final de la II Guerra Mundial, Juegos de mujer es un previsible, más bien blando y ya visto melodrama de amores triangulares, en el que lo único que se antoja un tanto especial es que dos de los vértices de esa figura geométrica son mujeres (Theron y Cruz) y están enamoradas una de la otra... sin dejar de estarlo del tercero en presencia (Townsend). Esa situación, tan querida por un imaginario masculino, no tiene, no obstante, correlato escandaloso en las imágenes, que ostentan el más bien convencional marchamo de la ambientación de raíz hollywoodiana.
Los escenarios de la acción son tan emblemáticos como los años en los que ésta transcurre, y comienzan en la apacible Inglaterra de los treinta, siguen en el convulsionado París de finales de la década y la ocupación alemana e incluyen la Guerra Civil Española, no sólo el trauma de una generación, sino también el desencadenante de los desencuentros del trío. Dos de ellos, Cruz y Townsend, militarán en el campo republicano, mientras Theron, millonaria, brillante y caprichosa, se quedará en un París en el que terminará encontrando un destino que se le pronostica en la primera secuencia del filme.
JUEGOS DE MUJER
Dirección: John Duigan. Intérpretes: Charlize Theron, Penélope Cruz, Stuart Townsend, Thomas Kretschmann. Género: melodrama. EE UU, 2004. Duración: 132 minutos.
Con el interés más volcado en las vivencias de los personajes (no todos construidos con la misma fortuna: se nota que el personaje de Theron es el que más gusta a Duigan, también guionista; su personaje, más sólido, encuentra más ocasiones para el lucimiento) que en la verosimilitud histórica, el filme avanza tropezando con las piedras que un mejor trabajo de documentación hubiera fácilmente subsanado. No es que para un espectador español resulte imposible que los brigadistas internacionales salieran junto con el grueso de las tropas republicanas por la frontera francesa, sino que, en general, el retrato de la ocupación alemana de París se antoja tonto e increíble.
Pero todo esto, con ser importante, no lo es todo. Adolece el filme del abuso en clichés para construir los personajes como para hacer creíble una película que, eso sí, se atreve con temas que no están de moda en el cine de ahora mismo. Y que, y esto hay que agradecérselo, resulta coherente con la trayectoria de cada personaje como para hacer que tengan el final que deben, y no el de la fácil, comercial, componenda.
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