Cómo evitarlo
Ignoro lo que quiso decir el lehendakari Ibarretxe cuando afirmaba que "el conocimiento tiene que enraizarse en la comunidad". No sé lo que significa conocimiento en esa frase, y si se le otorga el significado canónico que puede derivarse del contexto en el que fue pronunciada, entonces no sé lo que significa enraizarse en la comunidad. El conocimiento sólo se enraiza en sí mismo, y el conocimiento científico -la investigación, cuya transferencia demanda el lehendakari- ignora las fronteras comunitarias. La frase de Ibarretxe, en realidad, no es más que un mantra ideológico y es como tal como adquiere significado. Sólo es válido lo que se enraiza en la comunidad, y desde esa idea dominante, y asfixiante, se sanciona la bondad o la maldad de cualquier iniciativa que se precie. No busquemos mayores honduras a esa simpleza ideológica que nos domina, pero esa idea simple, aunque de una eficacia inquisitorial aterradora, está actuando como un poderoso imán en todos los niveles de nuestra vida ordinaria y de la extraordinaria. Esa idea-eslogan, a la que clasificaré de populista para ser benévolo, absorbe ya el terreno entero de la política vasca y vemos que trata también de extenderse a cualquier otra esfera de nuestra actividad. Cuando Europa se está planteando la necesidad de una política en investigación que supere las fronteras nacionales -más que nada para hacerla eficaz y superar su atraso en ese terreno-, he aquí que nos viene el lehendakari con sus jaculatorias de establo. Lo penoso del asunto es que esa política de establo se está imponiendo como un imperativo de corrección a partidos y organizaciones que nacieron para combatirla. Triste destino.
¿Era Baroja un escritor vasco? La pregunta tiene su cosa, pero aún andamos a vueltas con esas sandeces que nada tienen que ver con la tarea de un escritor. El concepto de literatura nacional tiene más que ver con la política que con la literatura en sí. La nación absorbe identificadores que la validen, y la literatura es uno de ellos, como el arte, la filosofía, incluso la religión. O se trata de que lo sean, con lo que se introduce en ellas el espíritu de rebaño y se las somete a las necesidades y arbitrariedades del poder político. El molde nacional impondrá sus exigencias, que serán más restrictivas cuando sean dos o más las lenguas de una nación y sólo una de ellas sea valorada como nacional. Habrá así ciudadanos de un país que no serán escritores de su país, porque ya se sabe que la patria de un escritor es la lengua. Falso. En la patria se jura bandera, y un escritor no jura bandera para con su lengua, sino que instaura en ella su campo de batalla. No escribe para su lengua; escribe con ella, muchas veces a su pesar.
No sé lo que diría Baroja ante quienes, en un gesto de benevolencia, trataran de integrarlo en las filas de la literatura nacional a efectos de ofrecerle un bien supremo, aunque supongo que les respondería con un gesto de desdén. En ese libro excesivo, abundoso, discutible a veces, pero absolutamente estimulante y necesario que es Genios de Harold Bloom, me he encontrado con una afirmación inquietante, y que puede estar en el origen de este artículo. Al final de su comentario sobre Kafka, dice: "(...) pronuncia una profecía que me recuerda demasiado a los campos de muerte a donde irán a parar un cuarto de siglo después las amantes y las hermanas de Kafka, cuando triunfó la cultura alemana". Cuando triunfó la cultura alemana. Y ese triunfo lleva el nombre de Auschwitz. Inquietante, sobre todo si nos preguntamos si ese adjetivo, alemana, puede ser sustituido por otros similares. ¿Es el desastre el triunfo en el que culmina toda cultura nacional? Bajo esta sospecha, ciertas asignaciones quizá debieran hacerse en función de nuestra contribución al desastre y la pregunta sobre Baroja debiera tener en cuenta su responsabilidad en nuestro desastre particular. Por desgracia, creo que la tuvo. ¿Cómo evitarla? La respuesta quizá nos la ofrezca Kafka. En su época también se dilucidaban esas cuestiones -¿alemán, judío?-de las que él se burlaba. Así en una carta a Felice: "¿Soy yo un caballista de circo montado sobre dos caballos? Desgraciadamente no tengo nada de caballista, estoy sobre la tierra". En la soledad de la tierra, añado yo, única y verdadera patria del escritor. ¿Hay alguien ahí?, se pregunta en el momento de la escritura. No debe haberlo.
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