El Chirac de siempre
Jacques Chirac está exhausto y la opinión francesa cada día más necesitada de ver caras nuevas, oír propuestas novedosas, y sentir que se la convoca a algo grande. Pero el presidente francés, de 72 años, abrumado por el referéndum sobre la Constitución europea que la ciudadanía pulverizó el pasado 29 de mayo, y la reciente derrota de París ante Londres para organizar los Juegos Olímpicos de 2012, parecía ayer, en la tradicional entrevista televisada del 14 de julio, cansado hasta de sí mismo, incapaz de interesar al país con su desmayado grito de unidad, y aferrado a prometer como siempre más de lo mismo: lucha contra el desempleo y reanimación como por arte de magia de una economía que tiene más de un 10% de parados.
Y si el tiempo del líder gaullista se agota con su mandato en 2007, sin que parezca hoy fácil que pueda tener el valor de ser de nuevo candidato, hay que preguntarse si la fatiga no es también francesa. ¿Se siente la grande nation, cuyo momento de mayor gloria se conmemoraba ayer en el recuerdo de la toma de la Bastilla, capaz de lo que casi sería un nuevo comienzo? Para que nadie pudiera llamarse a engaño, Chirac advertía de que el modelo británico -menos impuestos, menos carga social, menos compasión de Estado- nunca podía ser la solución a los males de Francia, aquejada de una falta de competitividad y un desmedro de ambición, que ya prácticamente nadie osa discutir en el país. Pero eso no impedía que, en la línea de su áspero rival, el premier británico Tony Blair, anunciara una reducción, sin fecha, del impuesto sobre la renta, así como otras medidas de similar vaguedad para recobrar el élan perdido.
El ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, y seguro aspirante a la presidencia, tanto contra Chirac como sin él, manifestó hace unos días con tono desdeñoso -y que un ministro hable así de quien lo ha nombrado, lo dice todo- que era mejor que el presidente no hablara, si no tenía nada que decir. El jefe del Estado francés no le ha escuchado.
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