Flamencólogos del siglo XXI
El flamenco ha llegado al tercer milenio fresco y rebosante de salud. A pesar de los ataques de pánico de algunos aficionados y flamencólogos, empeñados desde la noche de los tiempos en firmar el acta de defunción de la pureza (¿cuál de ellas? ¿la gitana? ¿la árabe? ¿la negra?) de un arte mestizo por naturaleza, el flamenco no sólo ha sobrevivido a esos presagios sino que sigue expandiéndose y cautivando al público de medio mundo, desde Nueva York a Tokio. Esa universalización (y el mero paso del tiempo) ha servido también para que la flamencología haya ido despojándose de actitudes folcloristas, etnicistas, regionalistas, románticas, costumbristas o sentimentales para situar el análisis en consideraciones cada vez más frías, científicas y (como debe ser) más mestizas.
Musicología, estudios culturales, antropología, microhistoria, análisis lingüístico, sociología del espectáculo, rigor, ironía... Todas, o al menos varias de estas disciplinas y miradas vienen iluminando y poniendo al día (con distinta suerte) desde hace ya unos años (la década de los noventa se considera el punto de inflexión y no retorno) los ensayos sobre el arte flamenco. Esa nueva corriente ha sumado a los grandes nombres del, digamos, posmairenismo (Ángel Álvarez Caballero, Manuel Ríos Ruiz, José Manuel Caballero Bonald, Félix Grande, José Blas Vega...) los de autores como José Luis Ortiz Nuevo, Génesis García Gómez o el alemán-sevillano Gerhard Steingress. Dentro de esta nueva senda surgida sobre todo en las universidades, el periodista y guitarrista José Manuel Gamboa (Madrid, 1958) aporta una escritura ágil y amena, una visión erudita, amplia e imparcial de los acontecimientos, el buen gusto de prestar la voz a los propios artistas (ha entrevistado a casi todos de primera mano con su colega Juan Verdú) sin ningunear a ninguno, y una encomiable inquietud investigadora especialmente útil en asuntos muy poco tratados hasta ahora como la musicología, donde cuenta con la inestimable ayuda de su amigo Faustino Núñez.
Es esa línea la que inspira Una historia del flamenco, su voluminoso manual editado por Espasa Calpe, un libro de consulta imprescindible que reúne todo, o casi todo, lo que se sabe de flamenco hasta ahora.
Partiendo del presente más actual hasta la "protohistoria" para entender mejor el futuro, Gamboa viaja de alante atrás con buen estilo periodístico dejando noticia, fecha y filiación de cantaores, bailaores y tocaores; explicando el origen, sentido y ritmo de cada palo y situándolo en la época histórica en la que nació; recorriendo las principales vías de estudio con ironía no exenta de piedad; deteniéndose en las figuras principales quizá un poco menos de lo que sería deseable; asociando el arte a la época política que le tocó vivir, reflejando el sabor y el ambiente de cada época y recopilando las anécdotas y los momentos más significativos del desarrollo del flamenco.
Su esfuerzo cartográfico y clasificador, tan preciso como exhaustivo, resulta impagable para los aficionados y los especialistas, que podrán resolver cualquier duda con un simple vistazo al índice; sería de esperar además que los lectores no especializados se acerquen sin miedo al libro: tanto como un estudio sobre flamenco, es otra forma, más musical y divertida, de acercarse a la extraña historia de España. La obra de Gamboa coincide en el felizmente reverdecido mercado de publicaciones flamencas con un sofisticado y original ensayo interdisciplinar del antropólogo estadounidense William Washabaugh, Flamenco. Pasión, política y cultura popular (Paidós). La obra aplica al flamenco (sobre todo al que se desarrolló durante el franquismo) conceptos tomados de la semiótica, la ideología, la filosofía, los modernos estudios de raza, género y clase. El flamenco, dice Washabaugh, "es heteroglósico". Su libro es la mejor prueba.
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