La cera de Málaga y Enrique Brinkmann
Regreso al centro de Málaga después del exilio exterior e interior a que cada año por primavera nos condena a algunos la ocupación cofradiera de la ciudad. Doy por terminado mi destierro, pues quiero visitar la exposición del pintor Enrique Brinkmann. Opto por ir andando y me adentro en el callejeo de la ciudad antigua. Hay una luz espléndida, un calorcillo soportable y un agradable aroma de azahar, que disimulan las conocidas carencias de nuestra ciudad. Mirando al cielo, he olvidado el suelo, mis zapatos se pegan, después resbalan, miro hacia abajo y no reconozco el caro pavimento que no hace mucho estrenó la calle Larios y alrededores, pues un manto pringoso y negruzco lo oscurece y afea, degradándolo a niveles incompatibles con un municipio que aspira a ser la capital del sur de Europa (¿o ya no?).
Un poco más abajo me encuentro una tropilla de operarios que con derroche de agua caliente a presión se esfuerzan en retirar el manto de cera que los cirios de los cofrades han desparramado sin medida. Me pregunto: ¿no existe un modo sencillo, por ejemplo un pequeño dispositivo, que recoja los sudores de la cera para no arruinar el pavimento? ¿Creía que el ritual procesional no exigía manchar el suelo? ¿O quizá sí? Otra pregunta más, en realidad una minucia de disciplinado contribuyente: ¿quién paga este costoso sistema de limpieza? ¿Las cofradías o el Ayuntamiento?
Pero he prometido no arruinarme la tarde, no pringarme en la cera de otros. Yo a lo mío, atravieso la Alameda y entro en la Sala Alameda que expone Cartografías, del pintor malagueño Enrique Brinkmann. Aquí dentro es fácil olvidarse de lo que uno acaba de ver en la calle. Un mundo de armonía y belleza inunda la sala, los dibujos y cuadros son un despliegue de sabiduría estética, su elegancia lírica nos elevan al equilibrio y al vacío fecundo de la espiritualidad oriental. Uno se quedaría con gusto para siempre en este universo delicado, de neblina sin aristas, que preside el arte de Brinkmann, pero hay que volver a la calle otra vez. No obstante uno sale reforzado, animado incluso, porque, al menos, le cabe el consuelo de que en Málaga hay más cera de la que arde en Semana Santa, que existe la cera lírica, delicada y luminosa de este artista malagueño. La pena es que la cera que ensucia las calles oculta hasta hacer desaparecer, casi siempre, luz como la de la pintura de Enrique Brinkmann. Qué pena.
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