Clásico Morente
Y Morente se fue a lo clásico. Bueno, a todo lo clásico que a estas alturas puede ser Morente, que no es mucho. Digamos, para entendernos, que eligió un repertorio clásico. Cantes tan convencionales como la soleá o la siguiriya, la caña, las alegrías, los tangos. Otra cosa bien distinta es cómo los hace él.
Aquí ya caben todas las interpretaciones, según el oyente. Todas para bien, a juzgar por el entusiasmo y la entrega del público, que exigió no menos de tres propinas al cantaor. Fue l'apoteosis, que diría Juana la Macarrona hace más de 80 años, en Granada. Aquí también fue la apoteosis, para un cantaor triunfante, que dijo bien los cantes, con convicción, con seguridad, con firmeza.
Enrique Morente
Cante: Enrique Morente. Toque: Manuel Parrilla. Percusión: Bandolero. Coros y palmas: Antonio Carbonell, Ángel Gabarre y Pepe Luis Carmona. Teatro Albéniz. Madrid, 18 de febrero.
Hizo Morente un recorrido por prácticamente todas las familias del cante. En todas ellas puso su personalidad, su acento propio. Como en las soleares, por ejemplo, que adquirieron unas dimensiones inéditas, llenas de flexibilidad y encanto, que las enriquecían. O las siguiriyas, en dos series bien distintas. Una casi convencional, con escasas modificaciones sobre la línea habitual del género, y otra de cabales, tres o cuatro coplas memorables, a ritmo muy rápido, muy vivo, hermosísima. Por levante Morente hizo una extensísima serie, en que tocó diversos estilos de la familia. Muy morentiana, con muchas innovaciones suyas que le daban otro sesgo al cante. El cantaor volvía una y otra vez sobre los temas, dotándolos de una estética que realmente se salía de lo convencional. Como se extendió muchísimo -ya lo he dicho- en estos cantes, pudo explayarse con generosidad en ellos y brindarnos una acabada síntesis de los mismos.
Hizo cantes a palo seco, rodeado por todos los que le acompañaban, palmeros, guitarrista y percusionista. Empezó con ellos y terminó con ellos, en géneros por completo diferentes. Al principio hizo unos cantes más o menos ligeros, para arrancar; al final fueron las terriblemente jondas tonás, llenas de dramatismo y solemnidad, las que pusieron un punto terminal que después solamente sería roto por las propinas.
Y la caña, el mirabrás, alegrías, tangos, un largo etcétera. Morente cantó de todo y todo lo hizo bien, muy bien. Parecía estar con ganas, aunque casi todo lo cantara a media voz, como cuidándose.
Le faltó, quizá, el gran aliento, pero precisamente por ello fue un recital sabio, de hombre que conoce sus posibilidades en un momento determinado y se las administra. Y llevó el delirio al público, que llenaba la sala a rebosar y aplaudió incansable y largamente. Morente, hoy por hoy, es Morente. Y punto.
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