Por el amor y la muerte

Viaje por el amor y la muerte el que proponía la ONE en su ciclo vienés. Denso y hermoso, con más paisaje interior que vistas panorámicas, y que requería de unos guías de la máxima competencia. A su final, se agradeció la voluntad y la entrega, pero se echaron de menos otras cosas. La primera parte presentaba un par de obras sacadas de su propio contexto, aunque trataran de dárselo la una a la otra. Abrir con el Preludio y muerte de Isolda del Tristán wagneriano es una apuesta fuerte y la versión, bien planteada por Pons en el concepto, quedó un poco feble en su realización. Seguía nada menos que la escena final de la Salomé, de Richard Strauss. Ana María Sánchez, estupendísima cantante, no entró en el papel, quizá también porque es muy difícil salir del camerino y encontrarse con la cabeza del Bautista servida en bandeja de plata. No hubo, en definitiva, esa intensidad que aquí es primordial.

La gran Anja Silja dio una lección suprema en una Erwartung, de Schönberg, muy bien acompañada por Pons. Los años han pasado por ella pero, como es lista, ha sido para bien. No puede ser ya ni Electra, ni Salomé, ni Ariadna, pero borda este retrato de mujer entre surrealista y expresionista. El público recibió con simples palmas a quien hubiera merecido una ovación clamorosa y despidió con poco entusiasmo a quien firmó una actuación simplemente soberbia.