Otra bala

Un día de primavera de 1943, poco antes de tomar mi primera comunión, encontré una cápsula de bala en un barranco de la sierra de Espadán, donde se había librado una cruenta batalla durante la guerra civil. Desde entonces he llevado ese casquillo conmigo y en este momento está plantado en un anaquel de la biblioteca junto a las obras completas del poeta John Keats. La bala pudo haber matado a un soldado enemigo, pero siempre he imaginado que se trató de una bala perdida. Acerca de esa cápsula herrumbrosa escribí hace unos meses una pequeña historia y ahora he recibido una carta que dice así: "Usted es el niño que recogió la cápsula de bala que yo pude disparar siendo también un niño. Recuerdo por recuerdo. En aquel entonces yo tenía 17 años. Estuve en la batalla de la sierra de Espadán con el Tercio de Requetés Montejurra. Yo era expósito y abandoné el asilo como liberación y aventura, con un nivel cultural que no distinguía ni las situaciones geográficas que vivía. Siga apoyando su cápsula, ahora con mi bala, en los estantes de su biblioteca, junto a los libros que purifiquen tan violento pasado y también mi sentimiento. Gracias. Afectuosos saludos". Si he reservado la identidad de este soldado es para que su anonimato incluya a todos los guerreros de la historia que un día mataron sin saber en qué tierra estaban ni quién era su enemigo. No obstante, a partir de ahora esta cápsula vacía tendrá un nuevo dueño compartido. En el año 1936 un adolescente navarro se adentró en una guerra fratricida sólo para librarse del hospicio; atravesó todo un país en llamas hasta alcanzar la visión del Mediterráneo y allí siguió disparando el fusil. Durante mucho tiempo imaginé que una de las balas habría ido a caer al pie de un ara votiva que en aquella ladera del monte erigieron los romanos después de derrotar a los cartagineses donde yo, de niño, jugaba rodeado de zarzas, algunas de ellas todavía ensangrentadas. Aquel joven soldado que apretó el gatillo, tal vez deslumbrado por el brillo del mar, hoy es un viejo sentimental de 84 años, que me aclara cuál fue el destino de aquella bala. Me pide que la busque en mi propio laberinto. Después de leer su carta me he acercado a la estantería, he abierto el libro de Keats y con el casquillo en el puño he releído este verso: "En el mismo centro del placer se levantaba un altar de mármol, con una trenza de flores recién abiertas". En el fondo de ese poema bajo aquellas flores, he encontrado la bala de aquel soldado.
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