Colegiales en apuros

¿Cuántos alumnos tienen pesadillas, a estas alturas del año, con la dichosa selectividad que les permitirá, o no, cursar los estudios superiores que ambicionan? Para dar cuerpo a ese imaginario estudiantil, poblado de prejuicios sobre la injusticia de un examen de estas características, sobre profesores que guardan las pruebas bajo siete llaves y padres hiperexigentes que vuelcan, en muchos casos, sus propias frustraciones sobre la exitosa carrera de sus vástagos, nace una película como The perfect score, cuyo oportunismo corre parejo con su falta de escrúpulos para hacerse creíble y hasta con sus conclusiones: afirmar que en el minuto 15 de su desarrollo se puede intuir perfectamente cómo acabará la función es no exagerar ni un ápice.

La película, hecha con plantilla, en la que se aplican fórmulas muy viejas, como el crear un equipo, en este caso de estudiantes aparentemente diferentes pero que unen sus potencialidades contra la adversidad para salir adelante -en cuántos westerns no lo habremos visto antes- o el dejar en el aire dos relaciones de pareja que cuajarán a lo largo de la acción, no tiene salvación posible, más allá de los limitados márgenes que su formato de comedia juvenil propone.

Ni siquiera la presencia de la siempre interesante Scarlett Johansson (protagonista de Lost in translation y La joven de la perla), dedicada no obstante a tareas secundarias, puede salvar de la quema a una película cuyo destino natural es el videoclub..., y eso siendo muy generosos.