Humanistas y científicos apuestan por colaborar en sus investigaciones
"No se puede ni dudar de que la ciencia puede ayudar a abrir caminos para fomentar la convivencia, ya que la sociedad ideal se basa en tres ejes: el conocimiento, el bienestar y la justicia". Con estas palabras, el catedrático de antropología Camilo José Cela-Conde expresaba su opinión sobre una de las cuestiones planteadas por el diálogo El cerebro social, que finalizó ayer tras cuatro días de intenso debate entre expertos de muy diversas áreas del saber: desde la filosofía y la psicología a la biología evolutiva y la lingüística computacional, pasando por la antropología, la neurología, la ética y la psiquiatría. Todos ellos intentaban resolver la biología de los conflictos y la cooperación. En definitiva, debatir si el hombre tiene una tendencia genética a ser generoso o egoísta y si es posible educar para la cooperación. Para ello, cada investigador aportó su grano de arena desde su área de conocimiento: procesos de aprendizaje, posibles localizaciones en el cerebro del sentido de la moralidad y de los sentimientos, evolución de las sociedades... Herramientas muy diversas con las que tratar un tema que sigue siendo un misterio: el funcionamiento de la mente humana.
En la sesión de ayer participó el catedrático de ética José Antonio Marina, que advirtió a sus colegas investigadores del peligro de dejarse llevar por la convicción de que la predisposición genética para las conductas conflictivas es inamovible.
Marina recordó que el entorno familiar y educativo pueden atenuar estas tendencias y se refirió al papel de su especialidad académica: "La ética nos ayuda a inventar un nuevo modo de vida, ya que nos indica que no nos podemos fiar siempre de los sentimientos y que a veces hace falta tomar decisiones en contra de ellos".
En ello coincidía con ponentes anteriores, que abogaban por el esfuerzo consciente en la aplicación de la moralidad en la vida cotidiana.
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