Decadencia

La decadencia tiene muchas formas de expresión. Una ciudad se vuelve decadente cuando no surgen ideas nuevas, cuando los que tienen que sustituir a lo viejo, lo rancio, lo alcanforado, son expulsados de la city para que no dejen de medrar las elites inmovilizadas tras los cristales de sus despachos. Éstas se aferran al sillón para que nada cambie. Quieren dejar a sus hijos la herencia y, en algún lugar de la ciudad, escrito su nombre: a veces en una calle, en una plaza, o en algo emblemático, por ejemplo, en el futuro proyecto de Mercado y Plaza de la Encarnación. Este proyecto, que rondará los 60 millones de euros, rompe todas las reglas del buen administrador de los recursos públicos: ni es funcional, ni está acorde con el entorno urbanístico y, además, vacía de recursos económicos las arcas de una ciudad endeudada con los proveedores y los bancos. Eso sí, en algún lugar bien visible se anclará una placa que resista el paso del tiempo, en la que se podrá leer el día, el año y el nombre de la ilustrísima autoridad que inauguró el emblemático edificio. Mientras, la decadencia de la ciudad avanza y la red de mercados municipales se va desmantelando, en beneficio de las grandes superficies que, por si alguien no lo sabe, crean menos riqueza y menos puestos de trabajo que el comercio tradicional.