Terrorismos
Mark Juergensmeyer, sociólogo norteamericano que lleva décadas estudiando el terrorismo (término que utiliza con mucha cautela), disertó en Valencia con notable enjundia, lástima que sus lecciones magistrales hayan pasado casi desapercibidas fuera de la sala.
El que practica el radicalismo islámico, decía, es un tipo de terrorismo religioso relativamente nuevo, porque coincide con problemas reales, tensiones económicas y sociales que no son en absoluto de índole religiosa, pero que proporcionan a los iluminados el apoyo de una comunidad y una extensa red organizativa. En resumen: que no se trata de cuatro locos aislados, sino de estrategas que esgrimen las creencias como "un estridente instrumento de crítica social, cultural y política" y se marcan como objetivo neutralizar la humillación, hacer patente una guerra oculta y provocar un profundo impacto sobre la opinión pública. Habermas ya había anotado: los atentados del 11 S, que poseen las características anarquistas de una revuelta impotente, pretendían y consiguieron aterrorizar a gobiernos y población, a sabiendas de que no podían perseguir objetivos realistas. Otro problema de la intervención divina es que las dimensiones temporales de esa guerra sagrada no son acuciantes, que el periodo de tiempo también es divino (quizá eterno) y no se necesita una victoria inmediata. El profesor californiano (que celebró haberse podido expresar aquí libremente porque allí no puede) coincide con pensadores como Derrida en que los países árabes rechazan a Ben Laden, y por tanto se le habría debido combatir de otra forma que lanzando otra yihad contra uno de ellos. Sobre las posibles soluciones, Juergensmeyer recuerda que las más exitosas son aquellas que se han forjado en un plano moral: no ceder a las provocaciones y ceñirse a la ley, como en Irlanda del Norte. Pero en ningún caso, desde luego, con una invasión ineficaz además de injusta e ilegal. En la entrega de la medalla del Centro Reina Sofía, el PoPular Alejandro Font de Mora tuvo buenas palabras apelando a la razón. Lástima que en aquellos momentos su ex señorito estuviera haciendo las maletas para volver a extender su bigote como felpudo a los pies del emperador Bush.
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