MÓNICA MARTÍNEZ RODRÍGUEZ / Siempre como un reloj
A sus 31 años, Mónica Martínez, secretaria, ya había tejido una pequeña leyenda en torno a su persona. Tanto en el trabajo como en su vida privada, Mónica parecía tener un reloj interior absolutamente infalible. "Era puntual, puntualísima, no sé cómo lo hacía, pero siempre llegaba 10 minutos antes de la hora", recuerda su cuñado, Juan, quien lamenta que fue quizás esta virtud la que la llevó a tomar el tren a una hora tan temprana.
Trabajaba para el Ayuntamiento de Madrid, en Parques y Jardines, y aprovechaba el camino en tren para escuchar música en su discman. Raro era el día que en alguna estación no se hiciera con un disco que le gustara. "¡Si hasta le fiaban los vendedores ambulantes!", cuenta Juan.
Entre semana, la rutina era el trabajo y el ir y venir desde su casa de Santa Eugenia hasta la oficina de Recoletos. Pero todo cambiaba el viernes por la noche, cuando la familia había instaurado la tradición de reunirse en torno a una gran tortilla española, la mejor excusa para encontrarse con su marido, José Luis, su hija Verónica, de cuatro años, los abuelos, Juan y Carmen, y su hermana Susana.
Juan recuerda a las dos hermanas juntas. "A Mónica y a Susana siempre las ha unido una cosa: la pasión por ir de compras". "De hecho", recuerda Juan, "a veces ni siquiera compraban nada, pero les encantaba salir, pasear y mirar escaparates". Estaba también muy unida a su prima Eva. Ella le ha dejado un verso en Atocha: "Ahora que estás llena de luz, tu alma es la esencia del amor, porque el alma eres tú".
Mónica se marchó sin tiempo para ver crecer a Verónica. Sin tiempo para saber qué se siente cuando se toma un avión. Este verano lo iba a experimentar. Volaría a Canarias. Pero fue demasiado puntual.

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