Maragall
Está bien que Pasqual Maragall haya empujado a los socialistas a dar un paso al frente. El documento sobre el modelo territorial que el PSOE ha aprobado este fin de semana en Santillana del Mar pone sobre la mesa la necesaria evolución de España hacia un Estado federal que dé cabida a hechos diferenciales. Es la mejor apuesta de modernización que puede hacer José Luis Rodríguez Zapatero y descongela un debate político sobre el que José María Aznar había amontonado toneladas de hielo. Obedece el gesto, sin duda, a la proximidad de las elecciones catalanas, donde Maragall ha de estar arropado por el despliegue de su partido a favor de la "España plural", pero trasciende. De momento, visualiza que los populares se ponen a la defensiva: ni reforma del Senado, ni conferencia de presidentes autonómicos, tal vez alguna tímida reforma estatutaria, pero nada de macrorregiones, ejes transversales o presencia de las autonomías en Europa. Como es su obligación, los conservadores se aferran a un statu quo sagrado e intocable, en el que abrirán la mano tanto como les fuerce la aritmética electoral que se avecina. Lo sabe el heredero de Aznar, Mariano Rajoy, quien habrá de plantearse algo más que vigilar el tótem de la Constitución si quiere tener cancha. Y el presidente valenciano, Francisco Camps, cuyo discurso nuevo corre, si no, el peligro de escorar hacia la retórica inane del regionalismo. Camps tendrá que demostrar que, aun en el PP, la lógica de futuro se impone a la ideología: ¿qué valencianismo digno de ese nombre es posible de espaldas al arco mediterráneo europeo?, ¿cuál en contra de una Cámara territorial con voz y voto? Detrás de Maragall hay un tradición catalanista centenaria que Vicens Vives explicó en su día (proyectarse hacia España en el espejo de Europa) y que Eugeni d'Ors, desde su Glosari, caricaturizó con eficacia en 1906 al oponer "expansión comercial, puerto franco, mercados, navegación, Mediterráneo, Oriente, África, vida normal y civilizada" a "Ministerio de la Gobernación, Fiscalía del Supremo, cuerpo de aspirantes a torreros supernumerarios de faro e incluso -con perdón de algún amigo mío- Colegio Español de Bolonia".
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