Noche de nostalgia con Maurice Béjart

La de anteanoche en Peralada fue una noche de nostalgia en la que un público, integrado en su mayoría por los admiradores de Maurice Béjart, uno de los genios de la danza del siglo XX, habían agotado las localidades desde hacía semanas para las dos funciones que el Béjart Ballet Lausanne ofreció en el festival. El doble programa tenía dos tentaciones imposibles de resistir para los bejartianos: el Bolero, que se bailó anteanoche, y El pájaro de fuego, dos de sus coreografías emblemáticas que no se prodigaban desde hacía años.

La cita de Peralada fue una noche teñida de recuerdos, un viaje emocional por el universo de Béjart, en el que algunas piezas como Siete danzas griegas, estrenadas en París en 1983, se perciben como piezas de museo. El trabajo coral, con 35 bailarines en escena, mantiene su espectacularidad, y el gesto transmite el alma y el sentir del pueblo mediterráneo. En esta obra destacó la presencia de los bailarines españoles Ruth Miró y Víctor Jiménez, muy bien acoplados al estilo de la compañía.

Lo mejor, lo que realmente prendió en el público de Peralada, fue el insuperable Bolero de Ravel, pieza que finalizaba el programa. Esta coreografía que Béjart creó en 1961 continúa desprendiendo la contemporaneidad y carga sensual que le han hecho mundialmente famosa. Esta vez la intérprete principal era una mujer, la catalana Elisabet Ros, en la compañía de Béjart desde hace siete años. Ros, con unas elegantes y huesudas extremidades, se mueve como un felino mientras provoca a los 34 hombres que la rodean.

Elisabet Ros también protagonizó, junto a Gil Román, actualmente director adjunto del Ballet de Lausanne, el dúo Juan y Teresa, coreografía de 1997 sobre san Juan de la Cruz y santa Teresa de Ávila. Un trabajo complejo, en el que se combinan fragmentos coreográficamente fluidos con otros monótonos y aburridos de difícil comprensión con música española, que va desde el flamenco al pasodoble, y que no ayuda en el desarrollo de la pieza.