El vegetal carnoso
Hay uno de Felanitx, Andreu Maimó (Felanitx, 1946), de quien se dice que pinta higueras (Espai Mallorca, calle del Carme, 55). Es un engaño, al cual el pintor colabora sin aparente entusiasmo. Deja decir, quizá receloso de que se identifique realmente aquello que es objeto de su obsesiva atención. Parecen, en efecto, higueras, de copa desnuda, sin rastro perceptible de hojas, como andamios de anciana sequedad. Caen las copas, sin embargo, sobre el simple tronco de manera profusa, finamente enmarañadas, con bultos desiguales, resultado quizá de crecimientos ingobernados, tumorales. Pero la urdimbre acaba redondeada con gran claridad. De la silueta huyen, evasivos, brotes y ramas que se tuercen en sus puntas como escapados extremos de la trama, densa hacia su centro. Sus conexiones son interminables, de laberinto sin salida.
Andreu Maimó dice que pinta higueras de invierno, esto es, sin hojas. En realidad, pinta molleras. Se entiende: es de Felanitx
Nada parece transcurrir por la delgada y tortuosa tubería. Podría incluso separarse la copa del tronco sin que se modificara la impresión visual de compacidad que produce aquella trama grisácea de nervios recónditamente conectados y abruptas y escasas terminaciones. El pintor muestra a veces detalles ampliados de cómo se realizan las torsiones. No parecen tener más fin que su complicación prolija. La materia de que están hechas las tramas quizá sea flexible a pesar de su evidente aridez, como si una humedad original y breve hubiera bastado para asegurar, de golpe, una vida posterior, perpetua, sin fluidos.
Recuerdo que cuando vi por primera vez, en el estudio de Maimó, las turbadoras higueras noté que su pintor aguardaba inquieto mi reacción. Yo advertí en seguida el engaño y se lo dije. Bajó los ojos y me preguntó si se notaba mucho. Le contesté que sí, que estaba claro que aquello tan escrupulosamente pintado no eran higueras sino molleras, sesos de humano. Sonrió y me preguntó si reconocía alguna. Le señalé inmediatamente la que debía corresponder a nuestro amigo Mateu Marilla. "En efecto", me dijo, "es la suya".
Convinimos que era mejor dejar pasar aquel experimento de descripción escrupulosa del tejido físico del pensamiento de amigos y conocidos por pinturas de higueras en pleno invierno, desoladas. No fuera que despertara interés y se abriesen diligencias para esclarecer cómo el pintor pudo hacer copias tan precisas de lo que eran órganos íntimos de seres, alguno de ellos aún vivientes. Años más tarde Maimó separó finalmente el tronco de la copa y presentó en escultura los rugosos muñones y copias agigantadas, en forma de higueras pardas, de las molleras, de los humanos sesos. Y por ahí andan poetas y poetisas alabando las higueras mediterráneas de Andreu Maimó. Es mejor que sea así, que una metáfora vegetal, con pudor, encubra la representación de órganos donde privilegiadamente se puedan vigilar los distintos circuitos por los que transcurre el acto viscoso del pensamiento.
La verdad es que, en su mayoría, las molleras son fácilmente reconocibles. La profundidad de los senos, la desigual concentración de las cavidades o la grave, casi blanquecina, intensidad de los grises revelan la identidad del pensante, un barbero de S'Arraval, un mercader de caballos o el monaguillo mayor de la parroquia. A pesar de mi curiosidad, Andreu Maimó rehusó entrar en detalles de cómo había obtenido vistas precisas de interiores tan resguardados. Tampoco me dijo cómo había conseguido el consentimiento de los propietarios de molleras. El de los muertos era innecesario y Maimó y yo dimos por supuesto que el acceso, aunque ilegal, no era pérfido y bastaba con la colaboración de Xesc Buscaner, el dentudo enterrador. Ignoro cómo consigue que los vivos actuales se presten a posar. Tampoco se si les resulta placentero.
Mi trato, demasiado prolongado, con gente que no es de Felanitx me ha acostumbrado a ser parco y receloso con el relato de sus historias. Nadie de fuera les da crédito más allá de sus alardes narrativos o de su curiosa invención. Pero son ciertas. Es más: cuanto mayor sea su inverosimilitud más grande es su veracidad.
La exposición se inauguró el 21 de noviembre por la tarde. Entre los numerosos asistentes, autoridades incluidas, reconocí a alguna gente que sin duda sabía lo del engaño de las higueras y podía identificar con facilidad si esta mollera era de aquél o aquélla de aquel otro. Guardamos la discreción.
Alguien, sin embargo, haciéndose imprudentemente el encontradizo, me comentó como novedad algo que yo, por supuesto, sabía. Nadal Batle, el que fue rector de la Universidad de las Illes Balears (UIB), no murió hace unos años, sino que vive jocundamente en Venezuela para desesperación de sus infames enemigos. En efecto, es así y regresa, de tarde en tarde, a Felanitx para visitar a sus amigos, irreconocible, disfrazado de mujer hermosa. Aleluya.
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