Un paria interino
No tengo más remedio que replicar a la misiva de Antonio Sola Valenzuela, que terminaba firmando, muy exageradamente a mi entender, como un paria interino. No hay ni punto de comparación entre la situación de un auténtico paria y la de un profesor interino, fundamentalmente porque el primero tiene unas posibilidades mínimas para escapar al férreo sistema de las castas. En cambio, un interino puede perfectamente salir de la penosa sima que refleja la carta. Es tan simple como prepararse y presentarse a unas oposiciones. Lo que ocurre, dejémonos de monsergas, es que tal acto presenta dos problemas. Primero, no son fáciles y en consecuencia hay que hincar los codos, segundo, hay muchas posibilidades de que, incluso en el supuesto de aprobarlas, te adjudiquen un destino geográfico no deseado, porque el señor Sola será consciente de que hay compañeros suyos que se presentan a las oposiciones sin haberse preparado en absoluto, sólo con la intención de obtener plaza interina el curso siguiente.
Lo que deberían exigir los interinos, si realmente están interesados en mejorar la calidad de la enseñanza, es presionar a la Consejería de Educación para que salgan a concurso-oposición todas las plazas vacantes de los centros públicos, en lugar de ir amortizando las vacantes por jubilación y la propia dinámica demográfica. Está claro que esta política obedece al deseo de ahorrarse recursos financieros, sin importarle un ápice la falta de estabilidad de la plantilla. Claro que hay mejorar también el sistema de oposición, pero exigiendo a todos lo mismo. Y, por favor, no me diga que los interinos no se quejan. ¿Cómo han conseguido entonces el polémico Pacto de Estabilidad?
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