Manu Chao y los piratas
En unas recientes declaraciones a una emisora de radio, Manu Chao se ha despachado a gusto sobre el tema de la piratería musical, en el sentido de equiparar la mafia organizada que opera en el sector con la industria discográfica legal, situando al mismo nivel a una y otra sin hacer mayores distingos y con total naturalidad. Ya nos sorprendió hace un tiempo afirmando que no le parecía mal que piratearan sus discos, puesto que ya vendía muchos editándolos en una multinacional.
El asunto es complejo y difícilmente admite las simplificaciones; se trata de una cuestión que afecta a muchas personas cuya profesión tiene que ver con la música -no sólo músicos y cantantes, también compositores, arreglistas, técnicos, productores, fabricantes de instrumentos, estudios de grabación...-, amén de un cúmulo de intereses muy repartidos que inciden en el arte, la cultura, la economía, los medios, la propiedad intelectual o el mundo laboral y que abren, o deberían abrir, un tan necesario como ineludible debate acerca de la naturaleza misma de la creación musical y, sobre todo, su difusión y proyección pública.
En efecto, al día de hoy y en el terreno que nos ocupa, puede afirmarse que la tecnología ha abierto la caja de Pandora y nadie sabe muy bien cómo controlar sus consecuencias. Hasta ahora, todos los códigos y medidas de seguridad que se inventan para evitar el robo se han demostrado vulnerables; cualquiera puede bajarse música, gratuita y cómodamente, desde su casa, con un mínimo de equipamiento informático al alcance de todos los bolsillos. Puede, además, copiar y repicar las grabaciones para regalárselas a sus amigos sin ninguna dificultad. En las tiendas del ramo se adquieren fácilmente aparatos reproductores y grabadores con una altísima calidad de sonido, que abarcan toda la gama de posibilidades, desde la simple copia privada, para uso personal, hasta la producción en serie y en cantidades masivas, para su posterior venta callejera, o lo que se conoce como el fenómeno del top manta, visibilización de la piratería en su vertiente más espectacular.
Paradójicamente, es la misma industria, en sus divisiones correspondientes, la que edita, distribuye y comercializa la música dentro de la ley y la que fabrica y ofrece al público, también dentro de la ley, los instrumentos que permiten el fraude, con lo cual, el verdadero afectado resulta ser, como suele ocurrir, el eslabón más débil de la cadena. El músico, el intérprete, el autor, que ven cómo, dentro de este diabólico proceso, son expoliados de todos sus derechos sin poder defenderse y en medio de la indiferencia general, cuando no con el apoyo de algunos artistas que parecen trabajar para el enemigo.
He aquí el núcleo duro de la cuestión. No existe conciencia por parte de la gente de la gravedad del problema. A todo el mundo le parece estupendo, incluidos algunos de los afectados, poder disfrutar de la música sin pagar un céntimo -cuidado, pronto le seguirán el cine y la literatura-, e incluso se percibe como algo digno de elogio el mantener un discurso, palabras, que no actos, crítico y radical de enfrentamiento a las multinacionales -y también nacionales, independientes, da igual- con argumentos tales como que ya ganan suficiente dinero exprimiendo a las estrellas, el precio de los discos -entre la gratuidad y un precio asequible, ¿alguien optaría por pagar?- o hablando de una difusa globalización que iría contra la pluralidad y diversidad creativa.
Al amparo de grandes conceptos como libertad, derecho a la cultura o igualdad, se está acabando con la música. No con la industria ni las multinacionales ni el capitalismo, porque ya sabrán éstos reconvertir su actividad para seguir controlando y embruteciendo al consumidor. Ya se las arreglarán para conseguir que lo que éste obtenga gratis por un lado lo pague por otro. ¿Es liberador vivir enganchado a Internet o es una adicción? ¿Es justo que la música grabada sea gratuita? De acuerdo, gratis total, pero que también lo sean entonces el whisky, el jamón, los taxis o la marihuana. A todos nos gusta el lujo y la música es un lujo en un planeta donde gran parte de la población pasa hambre. ¿Por qué únicamente la música?
Amigo Manu, pidamos lo imposible y empieza por ti. Cuelga tus canciones en la Red, incondicionalmente. Rompe los contratos que tienes con la discográfica que se enriquece, y de paso te enriquece a ti, gracias a tu arte. Renuncia a tus derechos de autor en pro de alguna ONG, olvídate de los cachés multimillonarios que te pagan los ayuntamientos por actuar sin cobrar entrada. Despide a tu mánager y no vuelvas a acudir a la convención de la multinacional que vende tus discos, para cantar, graciosamente, ante sus directivos. Sé libre, atrévete. Necesitamos que alguien dé el primer paso, un ejemplo de coherencia y honestidad. Sólo así conseguiremos mejorar este mundo injusto, empezando, si no por lo más urgente, sí, al menos., por aquello que tenemos a nuestro alcance: nuestras canciones. ¿No sería ésta una bonita manera de cambiar este sistema corrupto e inhumano que tan acertadamente denuncias?
No estoy muy seguro de cuál es la solución a cuestiones tan complicadas, pero sí tengo el convencimiento de que un compromiso semejante constituiría un auténtico acto revolucionario, incompatible con la demagogia que tan a menudo genera esta problemática. ¡Adelante!
Jaume Sisa es compositor e intérprete musical.
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