Nota al pie
DEL TESORO de noticias y documentos que contiene el libro de Diego Catalán puede dar idea una sola de sus láminas: la reproducción de un romance oído en la plaza de la Mariana y transcrito de puño y letra, con lapiceros de color, por Federico García Lorca, cuando en 1920 sirvió de guía a don Ramón y a su hija por los barrios gitanos de Granada.
No se trata de una mera curiosidad: como a otros propósitos muchos materiales del libro, es una auténtica clave para entender la literatura española del siglo pasado.
El interés romántico por la poesía popular, de Augusto Ferrán a Machado padre, se puso con Menéndez Pidal a la altura de las circunstancias que marcaba el positivismo y alentaba la Institución Libre de Enseñanza. En 1919, don Ramón inauguraba el curso en el Ateneo de Madrid con una conferencia sobre La primitiva poesía lírica española. En ella no sólo hacía aflorar el Guadiana de las coplas y villancicos que contrapuntearon todos los aspectos de la vida en la Castilla medieval, sino que invitaba 'a nuestros eximios poetas españoles' a arrimarse a esa tradición 'con audacia renovadora de lo viejo'.
El encuentro de Pidal y García Lorca en Granada es un excelente indicio de que la invitación fue oída y atendida donde debía: no hay sino que evocar el Romancero gitano. Otro síntoma: unos meses después, Dámaso Alonso descubre a Rafael Alberti el manantial de Gil Vicente y los viejos cancioneros musicales, y el gaditano comienza a escribir poemas del corte medieval de 'mi corza, buen amigo, / mi corza blanca...', los poemas que un jurado presidido por don Ramón, junto a Machado y Miró, distinguió con el Premio Nacional de Literatura.
Los ejemplos se dejarían multiplicar. Pero basta un par de nombres para tener la certeza de que la alianza de tradición y vanguardia, de inspiraciones populares y clásicas, que singularizó a la poesía española en el marco de la literatura europea contemporánea, forma parte también del legado de Menéndez Pidal.
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