Bajo la piel, una conciencia
Coherente con su anterior trayectoria narrativa, en Mi viajera Agustín Cerezales vuelve a ofrecernos una obra de indiscutible calidad literaria y gran originalidad, rasgos presentes ya en sus otros títulos.
Por eso, en rigor, no puedo hablar de 'grata sorpresa'. Me lo esperaba. ¿Podría, si no, interesarme y divertirme tanto una novela que tiene por protagonista a una mujer, Matilde Aguiar, moderna y luchadora, hundida en plena psicastenia y que finalmente logra atravesar 'el consabido bache de los cuarenta años'? Novelas de este tipo se han leído por docenas en los últimos tiempos. Pero Mi viajera es otra cosa. Porque aunque los elementos externos nos sean conocidos -la educación sentimental de una generación, el teatrillo social y la experiencia histórica son inamovibles-, lo decisivo es esa conciencia que va emergiendo a lo largo de estas páginas, así como el modo en que los materiales se organizan narrativamente; es decir, la forma que el escritor construye para narrar el conflicto de su personaje.
MI VIAJERA
Agustín Cerezales Alfaguara. Madrid, 2001 276 páginas. 2.350 pesetas
En un breve ensayo sobre el proceso creador, Cerezales se refirió, entre otros, a tres rasgos que me parecen fundamentales en su escritura: la ironía -'sin la cual no hay lucha posible contra el poder, contra lo establecido, lo ya dicho, lo inerte, lo aceptado, la apariencia'-, lo no dicho -'son las palabras fantasma, las no dichas, las que crean, en torno al hilo de la voz, el campo magnético que lo hipostasia'- y las técnicas de caza, es decir, las relaciones del autor con sus personajes: aquél debe mirarlos de reojo y sin cortarles la salida, 'como los antiguos emperadores chinos, que siempre dejaban a la pieza acosada una opción de huida'. De ahí que al autor, que también aparece en el plano metaficcional de Mi viajera, llegando a establecer un (incumplido) plan de la obra, la protagonista lo llame 'el emperador chino', con el que establece unas relaciones tan unamunianas como pirandellianas a lo largo de un discurso elíptico y en segunda persona, gobernado con una calculada ambigüedad que permite las incursiones en la conciencia a través del desdoblamiento psíquico, el discurrir nudoso y caprichoso de la memoria y los pensamientos, las asociaciones libres y todo tipo de transgresiones capaces de fracturar la estructura y quebrar la continuidad narrativa.
Todo en Mi viajera es un divertidísimo collage literario, del que disfrutarán no tanto los lectores ceñudos como los juguetones (a quienes se apela). Es una novela cervantina en su armazón externa -está el viaje físico a un recóndito pueblecito y el viaje mental; ¡la posada!, con sus extraños personajes, portadores de nuevas historias; y más de un episodio retomado desde el pastiche- y también interna, dado que está presidida por un humor -véase el capítulo 13- de múltiples registros -que va de la burla y la parodia a lo grotesco y el absurdo-, eficaz antídoto contra las blanduras sentimentales y tejida a partir de una rica diversidad de géneros y modalidades narrativas: los cuentos de hadas, omnipresentes; la epopeya bufa en la subida a Barrio; la sátira quevedesca en las veleidades de esta moderna latiniparla; la picaresca clásica y el esperpento valleinclaniano (bastante suavizados, eso sí); los relatos de aventuras y exploradores; la leyenda de Drácula; la intriga policial... Y todo ello sin ostentación libresca, sino diluido en el relato y perfectamente acorde con esta Matilde Aguiar -es editora-, tan quijotesca como bovariana, a quien le encanta contar mentiras, desgarrada y extraviada como lo está en un cruce de identidades. Quizá por ello la novela se organiza a partir de un sabio entramado de paradojas y dualismos que tienen su eje en la antinomia realidad-deseo, necesidad-azar.
Al final de su periplo, Matilde se sentirá 'indiferente y lejos, a salvo, volando en otra escoba'. ¡Atrévase el lector a viajar con ella!
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