Supervivencia aérea
La crisis de las líneas aéreas de todo el mundo tras el descenso de la demanda que ha seguido al ataque del 11 de septiembre está generando un áspero debate que se ha reflejado con cierta crudeza en la Comisión Europea. Mientras las autoridades estadounidenses no han tenido empacho en autorizar 15.000 millones de dólares en ayudas más o menos directas a sus líneas aéreas, empujadas por el sentido patriótico de nación atacada y en guerra, en Europa se ha mantenido hasta ahora una cierta inflexibilidad y sólo se admiten ayudas indirectas o regulatorias. Este contraste produce acusaciones de competencia desleal, lógicas si se tiene en cuenta que las compañías estadounidenses van a disponer de dinero público directamente inyectado en sus cuentas de resultados, y las europeas, no.
El dilema es complicado. Las compañías aéreas estadounidenses y las europeas están en diferentes fases de desarrollo. Las primeras son privadas, lo han sido durante muchas décadas y trabajan en un mercado nacional muy amplio; las segundas, o son públicas o lo han sido hasta hace poco, y responden al estrecho concepto de compañías de bandera. La estructura empresarial es muy variada. Algunas, como British Airways, Air France o Lufthansa, parecen ser cabeceras idóneas para formar grupos más grandes que operen con garantías en un mercado amplio; por el contrario, otras, como KLM o Alitalia, parecen más aptas para cubrir mercados locales, y otras, como Iberia, tienen un futuro más difícil de definir en función de datos contradictorios, como son su buena posición en mercados como el de Latinoamérica y un tamaño empresarial insuficiente.
Esta clarificación del mercado es la que debería estar debatiéndose en estos momentos. La cuestión de si las ayudas directas que deben percibir las empresas europeas equivalen a los cuatro días que estuvieron cerrados los espacios aéreos o a los doce que piden las aerolíneas, es una cuestión relevante para las cuentas de resultados de este año, pero no resolverá los problemas europeos a medio y largo plazo. Si, como ya reconocen informes oficiales, en Europa hay mercado para tres o cuatro grandes compañías, ésta sería la oportunidad ideal para establecer las pautas que permitan avanzar en la concentración empresarial necesaria.
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