Milingo se reúne con su mujer bajo supervisión del Vaticano
Un encuentro rocambolesco, de película de espías, selló ayer, al menos aparentemente, la ruptura entre el arzobispo de Lusaka (Zambia), Emmanuel Milingo, y su reciente esposa, la acupuntora surcoreana María Sung. La pareja se encontró poco después de las 19.00 horas en un hotel próximo al Vaticano. Tanto la Iglesia de la Unificación, del reverendo Moon, a la que pertenece Sung, que se encargó de unir a la pareja en mayo pasado, como la Santa Sede, trataron de despistar a las decenas de informadores.
Milingo llegó al hotel en un coche con matrícula del Vaticano y acompañado, al menos hasta el vestíbulo, por el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, que abandonó el lugar una hora después sin hacer declaraciones. La Santa Sede confirmó poco más tarde con nota oficial que se estaba celebrando el encuentro entre 'S.E. monseñor Emmanuel Milingo' y la señora Sung, en el que el arzobispo la informaba de su decisión. Por su parte, el reverendo Philip Shanker, portavoz de la secta Moon, había intentado despistar a los periodistas toda la jornada, asegurando que el encuentro se celebraría hoy.
Al verse, el arzobispo de Lusaka entregó a María Sung una nueva carta, fechada hace dos días, en la que le explica: 'Mi dedicación a la Iglesia, me impide casarme, debido al celibato. La llamada de la Iglesia a que mantenga este compromiso es justa'.
El caso, que ha supuesto una enorme humillación para la Santa Sede, se fue gestando el último año, cuando el arzobispo fue retirado del cargo que ocupaba en el Vaticano, ligado a la pastoral de la emigración, y no consiguió que le recibiera el Papa, de quien había partido el nombramiento. Según Milingo, se trataba de un castigo por su dedicación poco ortodoxa a combatir al demonio con exorcismos y misas de un ritual más que dudoso para los vigilantes de la ortodoxia católica. Inesperadamente, el 27 de mayo pasado, Milingo desafió a la Santa Sede del modo más total, casándose con Sung, elegida para él por el reverendo Moon.
El Vaticano amenazó con medidas disciplinarias y a finales de julio dio a Milingo un ultimátum: antes del 20 de agosto debía abandonar a su esposa y volver al redil de la Iglesia si no quería ser excomulgado. El arzobispo no tardó en reaccionar. El 6 de agosto era recibido por el Papa en la residencia de Castelgandolfo y pedía ser readmitido en el seno de la Iglesia.
Mucho más difícil para el prelado exorcista resultaría deshacerse de su esposa, que ha combatido la decisión de Milingo por todos los medios. Instalada en un hotel de Roma, sembró dudas primero sobre un supuesto embarazo y luego comenzó una huelga de hambre exigiendo ver a su marido. En el interminable tira y afloja, los moonies han logrado extraordinaria publicidad. El Vaticano, en cambio, ha soportado malamente la humillación.
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