Mariscada de goles

El primer año del nuevo siglo trajo a Galicia una sucesión de calamidades. Que se lo pregunten a su presidente, Manuel Fraga, quien pasó el invierno último lidiando con vacas locas, pescadores expulsados de Marruecos y temporales apocalípticos. Pero, como el azar reparte palos y zanahorias, de nuevo ha vuelto la Liga de fútbol para consolar a los gallegos de sus aflicciones. La liturgia anual de estrenar el balón madrugó a los últimos días de agosto y, de repente, la fortaleza de los equipos dejó de medirse por la cantidad de titulares de prensa y focos de televisión. Cesó la comidilla y habló el fútbol. ¿Qué dijo? Que, de momento, los dos equipos gallegos se han puesto al frente de la tropa.
Del Deportivo ya podía esperarse: jugaba en casa, frente a un rival no demasiado fuerte, y venía de completar un verano inmaculado. El Celta, sin embargo, ofrecía más dudas. No es que alguien sospechara de la calidad de sus jugadores o de la eficacia de su idea del fútbol, pero su estado de ánimo resultaba un enigma. Porque el año de las calamidades gallegas no dejó de lado al Celta, aún convaleciente de los traumatismos de la final de la Copa, ese baño de desencanto que cayó sobre un equipo que creía tenerlo todo a favor para ganar su primer título: el fútbol, los pronósticos y el ambiente. Es muy pronto para concluir que el Celta ya se ha curado de esa puñalada trapera, pero su incontestable triunfo en Pamplona resulta un magnífico síntoma. Y no hay trauma incurable, como bien puede atestiguar el propio Deportivo: al año siguiente de perder la Liga en el último minuto conquistó su primera Copa.
Aunque la clasificación tras la primera jornada del campeonato es un mero azar provisional, tampoco ha de extrañar que a su frente aparezcan el Deportivo y el Celta. La misma situación se ha repetido ya varias veces en los últimos años y con el torneo bastante más avanzado. ¿Por qué tanto éxito de los gallegos y no de los andaluces o los asturianos?. Al fin y al cabo, en Galicia los futbolistas no se dan tan bien como los percebes y los yugoslavos, brasileños, argentinos y holandeses del Celta y el Deportivo los podría haber fichado cualquiera que no esté en bancarrota.
El misterio se agranda si reparamos en una curiosa ecuación: la destreza de los equipos gallegos para marcar goles es inversamente proporcional a su capacidad para alimentar el chismorreo futbolístico nacional. Tan escasas noticias suministran el Deportivo y el Celta que hasta llevan tres años sin cambiar de entrenador, una vulgaridad en la que sólo los iguala el Alavés, otro equipo al que, por alguna inescrutable razón, tampoco le va muy mal con esa aburrida fórmula.
No hay duda de que, fuera del campo, la vida de los equipos gallegos resulta bastante anodina. Pero, de momento, la Liga ha empezado con una mariscada de goles.
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