La soleá del aceite
Las firmas aprovechan la feria catalana para promocionarse en el real

La política económica que rige las reglas en la Feria de Abril va contracorriente. Es intervencionista. En las casetas apenas hay vaivén de precios, establecidos por la organización a cambio de firmar exclusivas con determinadas marcas. Lo llevan tan a rajatabla que a los responsables de la caseta de la Consejería de Turismo de Andalucía les advirtieron por escrito de que les cerrarían el chiringuito como vendieran una cerveza que antes de ser holandesa perteneció a los andaluces. Al final arreglaron el entuerto, que tampoco era plan de clausurar la caseta institucional de la Junta andaluza por promocionar marcas que algún día fueron sureñas.
Lo de los precios únicos está bien: no hay margen para que a alguien le claven 8.000 pesetas por una de jamón y otra de queso como le ha ocurrido a un catalán que pulula por el real de Sevilla. El hueco para la improvisación en Barcelona está en los mesones de quita y pon. Se va confiado en el intervencionismo económico y, cuando pides la cuenta por una catalana, te han endilgado mil quinientas sin pestañear. En el negocio no puedes conformarte con los brillantes análisis del fútbol, que unas veces se gana y otras se pierde. Y la Feria de Abril es un negocio en el que algunas empresas compiten con la idea de ganar la liga a medio plazo. En torno a la caseta de Gallina Blanca se forman colas a diario para echarse un caldito gratis. En las primeras cinco jornadas de feria han repartido 3.600 litros, que dieron para 36.000 dosis, distribuidas sobre todo en horario estelar de almuerzo y cena.
Es su quinto año en el real. ¿Pierden dinero? 'Es un stand promocional y de imagen, la rentabilidad es algo a largo plazo', aclara la responsable de relaciones externas. El quid: el público familiar que acude al reclamo coincide con el perfil del consumidor de los productos de la marca.
En Sevilla bregan por el purismo costumbrista, en Barcelona por la heterodoxia, que está más acorde con los tiempos. Así que en las casetas -este año hay 56- se percibe una mezcolanza entre añoranza y negocio, donde coexisten en armonía los carteles de empresas de construcción con los escudos de las provincias andaluzas o fotos del president Pujol con ilustraciones flamencas. El resultado es pelín cutre, la verdad, aunque tampoco se trata de competir para salir en una revista de decoración. Algunas, sobre todo las que pertenecen a entidades andaluzas, se esmeran un poco para imprimirle cierto aire cálido a naves gigantescas, si se comparan con el tamaño sevillano. La instalada por la peña flamenca A.C.R. de Cerdanyola, adornada con hiedras en su interior, se ha llevado este año el primer premio del concurso de la Federación de Entidades Culturales Andaluzas en Cataluña, que organiza la feria.
El tinglado ferial, montado hace 30 años por emigrantes andaluces en un probable arrebato melancólico, ha ido derivando hacia el mestizaje. Las casetas catalanas están abiertas de par en par, incluso cuando son cerradas como la de La Guita. 'Es privada, pero puede pasar si quiere', invita el guardia de seguridad con perceptible acento extranjero.
En esta Feria de Abril se puede zampar un pulpo a feira con ribeiro, comprar una falda de volantes rebajada en un expositor de ropa flamenca, darse una vuelta virtual en Jaguar con el que se promociona una marca de cerveza o llevarse una gorra de Álex Crivillé si se compra el producto tal. Hay casetas de entidades financieras, de telefonía móvil y una 'mix' de aceites y derribos, donde actúa uno de los cantaores de más éxito en la feria. Cuando Pedro Vargas, copazo en mano, se arranca por soleás en el escenario, la gente se para a las puertas de la caseta y le hace palmas. Piden bises, pero no suele dar resultado. En lugar del cantaor, agarra el micrófono una especie de animador del cotarro y vocea: 'Cuando te duele la barriga, toma aceite Genil'. Y nadie se extraña en la 'fira'.
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