El umbral de la trastienda
La primera tentación es alinear a James Carter con los músicos de escaparate aparatoso, tan dotados técnicamente como romos en hondura expresiva. Pero, por lo escuchado en sus dos últimos discos y en su concierto del San Juan, empieza a comprobarse que el multisaxofonista también tiene trastienda. Ahora, sin traicionar su vocación de acróbata con cierta tendencia al esperpento y a las potencias telúricas, se le ve dispuesto a promover ideas elaboradas que ya no se centran exclusivamente en su apabullante destreza instrumental.
La sesión arrancó con una introducción atmosférica sostenida por la percusión mística de Eli Fountain y los soplos onomatopéyicos de Carter: gallinas y otras aves de corral fueron evocadas con intención jocosa y fidelidad absoluta. Se trataba de rendir homenaje a Django Reinhardt en vivo, y Carter quiso darle unidad y frescura centrándose en los saxos soprano y tenor.
James Carter's Chasin' The Gypsy
James Carter (saxos tenor y soprano), Mariene Rice (violín), Bruce Edwards (guitarra), Tony Cedras (guitarra y acordeón), Ralph Armstrong (bajo eléctrico) y Eli Fountain (batería). C.M.U. San Juan Evangelista. Madrid, 11 de marzo.
No se notó el ahorro de equipaje con respecto a la versión discográfica, porque cualquier lengüeta que el antiguo colaborador de Lester Bowie y Wynton Marsalis se lleve a los labios le convierte, al instante, en un coloso en llamas capaz de escupir tremebundos sonidos del más allá y del más acá. Como es norma, Carter recordó que la respiración circular es un recurso que le sale bordado y que lograr armónicos imposibles y texturas fantásticas no tiene secretos para él. Por suerte, el concierto encontró otros alicientes en las académicas intervenciones de la excelente violinista Mariene Rice y en los atractivos arreglos de algunas piezas ajenas al proyecto Django.
Tributo
Confortable en el cruce entre la vanguardia y el neotradicionalismo, Carter no tuvo inconveniente en rebuscar en temarios añejos. Los hallazgos esta vez fueron Passionette, popularizada por la oscura orquesta de Teddy Hill en los años treinta, y un encendido tributo a Eddie Lockjaw Davis, el modelo de Carter cuando decide ponerse particularmente áspero y barriobajero.
El resto se resolvió entre nuevas visitas al mundo gitano y vitriólicos tratamientos de marchas y pasacalles. Dos buenas referencias saxofonísticas, Albert Ayler y Roland Kirk, guiaron a Carter hasta el desenlace de la sesión, volcada sin disimulo hacia la demostración casi impúdica de facultades. Entonces se pudo confirmar que conduce con la misma facilidad un saxo de fórmula 1 con que se maneja un plácido utilitario. El despliegue tuvo la virtud de concluir justo cuando empezaba a fatigar.
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