Silencio en Belgrado
Resulta obvio que las elecciones presidenciales yugoslavas -cuyo triunfo en primera vuelta se atribuyen casi en similares proporciones la oposición a Slobodan Milosevic y el partido del dictador- han sido una pura anomalía. Basta para certificarlo que, 24 horas después del cierre de los colegios, la comisión electoral federal, nombrada por Milosevic, no haya avanzado un solo dato sobre el escrutinio de unos pocos millones de votos. El muro de silencio oficial, que trata como secretos los resultados parciales e incluso la participación, y la tensión que ese hermetismo traslada a la calle alimentan las peores sospechas sobre el desenlace de unos comicios en los que por vez primera, y tras los cambios constitucionales introducidos en julio por Milosevic para perpetuarse, serbios y montenegrinos eligen directamente al presidente de lo que queda de la Federación Yugoslava.A pesar de la ausencia de observadores internacionales independientes, tanto la OSCE como organizaciones serbias no gubernamentales han denunciado una extendida intimidación y la manipulación de las urnas. Que Occidente ha dado por descontado el fraude está implícito en la rapidez con que se ha alineado tras el triunfo proclamado por el nacionalista opositor Vojislav Kostunica y en sus advertencias a Milosevic. La UE, y menos solemnemente EE UU, ha señalado que, con la información disponible, cualquier intento del autócrata serbio por proclamarse vencedor será considerado como un engaño. Incluso el presidente ruso, Vladímir Putin, ha admitido que los yugoslavos parecen haber votado por el cambio.
Occidente, que no dio en su momento los pasos decisivos para desalojar del poder a un criminal de guerra, había anunciado, antes de los comicios, el levantamiento de las sanciones contra Belgrado en caso de perder Milosevic. La catarata de comunicados de ayer evidencia, además, una estrategia para crear un clima, incluso antes de que se anuncien los resultados, en que cualquier desenlace que no sea la victoria de Kostunica sea percibido como una burla. En esta bienintencionada unanimidad ha puesto una nota de advertencia el presidente de la Asamblea del Consejo de Europa, al recordar que los dictadores no suelen caer por el veredicto de las urnas.
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