Reglas del fuego
En lo que va de verano se han quemado en España 62.000 hectáreas de bosque, superficie equivalente a otros tantos estadios de fútbol. En las últimas décadas, los montes de España, Grecia o Italia arden más y pierden más superficie arbolada que en el norte de África porque en Europa ha dejado de utilizarse la madera como combustible doméstico. Al perder utilidad social, los montes ya no se limpian, con lo que las llamas se extienden con más facilidad.Las investigaciones llevadas a cabo por la Guardia Civil revelan que uno de cada tres incendios es intencionado y que al menos una cuarta parte de quienes prenden fuego al monte viven cerca de él, principalmente los ganaderos y en segundo lugar los agricultores. La cultura de quemar el bosque para facilitar el brote de hierba fresca está profundamente arraigada en el noroeste de la península, donde se concentra el mayor porcentaje de incendios forestales.
Otra cuarta parte de los incendios intencionados se alimenta de atavismos ancestrales que se han mantenido vivos en el mundo rural. Quemar el monte era una manera de vengarse contra el amo. Más tarde, cuando los ingenieros forestales comenzaron a establecer talas ordenadas para mantener en producción constante este recurso, se vuelve a quemar el bosque en desacuerdo por las escasas talas autorizadas.
Lo sorprendente es que esta tradición de quemar el bosque como un gesto de rebeldía se haya mantenido viva en muchas poblaciones, y que el incendio del monte no tenga en el medio rural tan mala fama como se supone en las ciudades. El alcalde de un municipio valenciano famoso por su historial incendiario se jactaba no hace mucho de que, gracias a la venta de la madera quemada, el pueblo había conseguido dinero para dotarse de alcantarillado. Quemar el monte era una buena obra social que reportaba beneficios a todos los vecinos.
Sin embargo, los bosques son necesarios para la supervivencia humana. Actúan de sumidero de C02, emiten oxígeno a la atmósfera, retienen el agua, contribuyen a evitar la erosión en espacios tan vulnerables a ella como la mitad sur de la península y los archipiélagos, y garantizan la biodiversidad. Hace algunos años ganó popularidad el eslogan "cuando el monte se quema algo tuyo se quema". Se quema y se pierde la madera y la biodiversidad. Y se tiran por la borda cuantiosos recursos económicos de los contribuyentes: en torno a los cien mil millones de pesetas anuales en pérdidas y en dispositivos para combatir el fuego.
Esos medios resultan hoy más efectivos que hace años, pero sigue siendo preocupante que en el último cuarto de siglo se hayan quemado en España el 20% de los 52 millones de hectáreas de su superficie arbolada. Con la amenaza de la erosión galopante, las comunidades autónomas -competentes en esta materia- y el Ministerio de Medio Ambiente deberían plantear conjuntamente una estrategia que ponga fin a la pérdida irreparable de un patrimonio tan valioso como el de los bosques, cuya recuperación se mide más en siglos que en años.
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