Elena y Mercedes

Llegó el candidato Almunia al hotel sevillano y las mujeres progresistas, reunidas en sesudo congreso, lo saludaron al grito de presidente, presidente. Como aquello trataba del feminismo, la progresía y las dos cosas a la vez, decidieron obsequiar al candidato con un libro sobre Badalona, que debe ser una ciudad catalana muy bonita, que diría La Trinca. Hasta Nuria Arévalo, una de las ponentes en su calidad de presidenta de la asociación de mujeres jóvenes, debió considerar impropio del sesudo congreso los gritos de marras y pidió expresamente a un periodista que se abstuviera de describir tal recibimiento, a ser posible. Ya ven, que no lo ha sido.Entre la progresía femenina que asistió a la jornada inaugural del congreso se citaron, en primera fila, tres ex ministras (Rosa Conde, Cristina Alberdi y Carmen Alborch), varias parlamentarias (Amparo Rubiales e Isabel Pozuelo) y dos hombres, dos. Luis Yáñez y José Antonio Griñán. En una foto del momento, el primero parece agarrarse una oreja y el segundo se sujeta la barbilla. Todas las mujeres de la hilera sostienen las manos sobre el regazo, que debe ser una pose tan ancestral que necesitaría un decreto ley para suprimirse o una proposición parlamentaria, aunque éstas sirven bien poco, a juicio del alcalde de Huelva, Pedro Rodríguez, que piensa que una alcaldía es la repera y una cámara parlamentaria, una bobada.
Ni una bobada ni la repera es la situación que viven las responsables de la Federación de Mujeres Progresistas en El Ejido, una organización que ha trabajado en la defensa de los derechos de los inmigrantes, que viven en la más pura clandestinidad desde que ocurrió lo que ocurrió. Tanto ellas, Mercedes y Elena, como otros representantes de entidades (sobre todo, Almería Acoge), que se han dedicado a velar por la integración multirracial -un imposible, visto lo visto-, se vieron forzados a huir de la sinrazón. La culpa, en realidad, es suya, que diría Enciso, porque se han pasado muchos años leyéndole a los africanos la cartilla de sus derechos y luego pasa lo que pasa: los inmigrantes quieren una casa en el centro del pueblo con agua corriente y electricidad, salir a la discoteca a ligar con alguna joven, tener un contrato y ahorrar para volver con un coche a su pueblo y demostrar que han triunfado en su aventura migratoria.
El Ejido es Enciso, pero también Elena y Mercedes.
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