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Frustraciones

NEGRITASEstela tenía un problema. Quería jugar y no podía. Comenzó a jugar pero no la dejaron. Su problema era sencillo. Tan sencillo como infantil y tan infantil como profundo y trascendente. Jugaba al baloncesto con unos cuantos niños de su clase y de su edad (siete años) pero no le pasaban la pelota ni a ella ni a su amiga. Ellas, que no eran tontas, reclamaron enseguida el pase de la pelota. Pero ellos, que tampoco lo eran, argumentaron que no, que no le iban a pasar la pelota a ninguna de las dos porque eran muy lentas jugando, perdían pronto el esférico y, por consiguiente, el partido. Ante el desamparo de la democracia insolidaria (ellos eran más y no querían que ellas jugaran) la alumna recurrió a la maestra que vigilaba el patio. La vaga funcionaria, que leía algún libro en aquel momento, atajó el problema de manera contundente: "Pues juega con tus compañeras a las casitas si no sois suficientes chicas para formar un equipo de baloncesto". Estela no jugó más al baloncesto. Esto ocurría en el patio de un colegio público de Almería un día de noviembre pasado, a escasos 60 días del ya caduco año 2000. En su arrolladora visita a la capital, el ex presidente de Gobierno, Felipe González, iluminó muchas mentes acerca de la innovación, la empresa y el empresario en una conferencia que inauguraba la recién creada Fundación Mediterránea de la Universidad de Almería. González basó su ponencia en la "necesidad" casi imperiosa de que este país cambie su mentalidad pasiva por una mentalidad emprendedora. "Cuando se dé por hecho que es mejor que la gente sea emprendedora a pasiva", apuntó, "se podrá hacer el cambio". La plática del experimentado orador tomó tintes nostálgicos cuando espetó: "Quien le pregunte a un niño de nueve años qué quiere ser de mayor se dará cuenta de que lo quiere ser todo. Nada se le pone imposible. ¿Qué hemos hecho para que ese niño, a los 24 años, diga que lo que quiere es ser funcionario?"

El mismo día que el líder socialista pronunciaba estas palabras, 28 personas concurrían, en el pueblo almeriense de Pulpí, a una plaza de auxiliar en el Ayuntamiento y a otra de monitora del Centro de la Mujer. Todos los aspirantes también quieren ser como la maestra que abortó la tarea emprendida por Estela una tarde de colegio en la que quiso jugar al baloncesto. Dentro de 17 años, cuando la niña tenga 24, a nadie le extrañará que Estela quiera ser funcionaria.

MARÍA JOSÉ LÓPEZ DÍAZ

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