Moncada describe en su nuevo libro la Mequinenza de los años cincuenta
Jesús Moncada (1941) presentó ayer Calaveres atònites, un nuevo libro de cuentos, género que no frecuentaba desde los años ochenta y con el que se dio a conocer. Se trata de una colección de historias -el autor prefiere este calificativo- que, como la mayoría de sus obras, se desarrollan en el pueblo de Mequinenza antes de que fuera engullido por las aguas del pantano de Riba-roja. Los críticos han coincidido en calificar de "mítico" ese escenario, situación a la que según el autor se ha llegado de forma "casual, nada premeditada".
Para Jesús Moncada, volver a publicar narraciones cortas después de tres novelas de gran alcance y éxito es algo circunstancial, se trata simplemente de dar salida a otro tipo de material "almacenado". "Escribir cada libro me lleva un promedio de entre tres y cuatro años de trabajo", explica, "y durante este tiempo se me van ocurriendo anécdotas, historias que pueden ser válidas para cuentos, quizá para otras novelas. En este caso, había recogido cerca de 80 ideas para historias cortas; cuando terminé Estremida memòria y tras la pequeña depresión posparto que me sobreviene después de cada libro, seleccioné las que podían constituir una estructura alrededor del personaje de Crònides, el juez de paz protagonista del libro".Ésta es una de las apuestas del autor: aunque las historias de Calaveres atònites pueden leerse por separado, como episodios de la vida del pueblo, las hilvana la presencia de Crònides Valldabó, el juez de paz del lugar, y su secretario, Mallol Fontcalda, un joven llegado de Barcelona que asiste con estupefacción a las vivencias contadas por los vecinos. Moncada justifica esta decisión: "Siempre me había tentado la figura del juez de paz como eje de una parte de la vida del pueblo, a la cual tiene acceso por su cargo. El juez era un personaje de formación jurídica, un habitante del pueblo que era escogido para hacer esa función, que básicamente consistía en solucionar los pequeños problemas de convivencia y evitar así que la sangre llegase al río. Esta situación hacía que el juez de paz fuese el receptor de un buen número de confidencias de los vecinos del pueblo". "Además", prosigue Moncada, "en el caso de Mequinenza, se daban una serie de condiciones que pueden resultar un tanto chocantes: hay que tener en cuenta que era una población republicana casi al cien por cien, y en los primeros años de la posguerra los pocos franquistas que había en el pueblo habían desaparecido, de manera que los cargos públicos debían desempeñarlos los republicanos". A menudo esta circunstancia da pie para un cierto y buscado "humor sutil", en palabras del autor, por lo demás ya presente en sus anteriores libros, y origina un desfile de personajes a cuál más peculiar: desde la beata que cree en los milagros al guardia civil que muere de un infarto cuando descubre a su hijo travestido en vedette, pasando por la disputa entre dos familias para ocupar la primera plaza del nuevo cementerio.
Más allá de los simples hechos, Moncada cuenta que su caballo de batalla es siempre el estilo. En este caso, la mayoría de los cuentos son presentados como monólogo o como carta, y están narrados en primera persona. "La forma del monólogo", señala el autor de Camí de sirga, "viene definida por el hecho de que los interlocutores son el juez o su secretario, que siempre están dispuestos a escuchar. De ahí el carácter oral del texto. Y de ahí también que algunos registros resulten muy diferenciados: el barrendero del pueblo que va a pedirle consejo al juez no habla de la misma forma que la propietaria del burdel de Lérida, que proviene de la burguesía barcelonesa, tiene educación universitaria y le escribe una carta". Tras lo cual sentencia: "Esto sólo se consigue con mucha reescritura".
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