Coartadas kurdas JOAN B. CULLA I CLARÀ
Hemos asistido, desde la distancia y con un grado de preocupación perfectamente descriptible, al desarrollo y al desenlace anunciado del juicio que las autoridades turcas han escenificado, en la isla prisión de Imrali, contra el líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdulá Ocalan. Aun desconociendo los informes de los juristas y observadores internacionales que han podido acercarse al lugar del proceso, basta haber visto las imágenes de televisión y las fotos de prensa que de allí llegaban para darse cuenta de que lo de menos era si uno de los magistrados del tribunal llevaba uniforme militar o todos eran civiles. Lo en verdad significativo ha sido la atmósfera de linchamiento contra el reo cuidadosamente orquestada por el régimen de Ankara dentro y fuera del aula judicial: pancartas fabricadas en serie y escritas en inglés en las que se tildaba a Ocalan de "asesino de niños", manifestaciones espontáneas desde el primer día para reclamar la pena de muerte, insultos y agresiones a los abogados defensores y testigos extranjeros, ruidosa y permanente presencia en el juicio de familiares de víctimas de la guerrilla kurda enarbolando banderas y portando los retratos de sus deudos, explosión de júbilo y de fervor patriótico ante la condena del acusado a la horca... Ni siquiera la dictadura franquista -pienso en el Tribunal de Orden Público, o en el proceso de Burgos- se atrevió a montajes tan grotescos. Si, como aseguran los manuales de historia, la República de Atatürk promulgó sus nuevos códigos legales traduciendo los modelos suizo e italiano, habrá que concluir que se copiaría la letra, pero no se asimiló ni el espíritu ni las formas de aplicación. Teniendo en cuenta que ya en diciembre pasado, cuando Ocalan se hallaba aún retenido en Roma, la literatura propagandística escrita y difundida por el Ministerio de Exteriores turco le calificaba de "asesino", "terrorista profesional" y además "criminal común", se entiende que en el proceso de Imrali no hayan regido ni la presunción de inocencia ni otras sensiblerías occidentales. La sentencia estaba dictada de antemano, y sólo una actitud muy vigilante y enérgica de los gobiernos y las opiniones públicas europeas podrá impedir que sea ejecutada. Con Estados Unidos no hay que contar, porque su apego a la pena de muerte es casi tan grande como el que sienten por el valor estratégico y militar de Turquía. Pero Europa sí puede y debe advertir a las autoridades de un país que se nos ofrece como destino turístico, socio comercial y futuro miembro de la Unión que tales vínculos son incompatibles con la ejecución de Ocalan; más todavía, que la tenaz negativa de Ankara a admitir siquiera la existencia de una "cuestión kurda" en Turquía es la principal fuente de legitimidad del PKK y lo que impide a buena parte de la opinión internacional, aun repudiando sus métodos, conceptuarlo como un vulgar grupo terrorista. En su estado actual, empero, el caso Ocalan ya ha servido de espuria munición para otras batallas. Mientras el despliegue de la Kfor sigue acumulando evidencias de las atrocidades del aparato policiaco-militar serbio en Kosovo, mientras dentro de Serbia crece la movilización ciudadana contra ese Milosevic responsable de una década catastrófica, aquellos de entre nosotros que continúan reputando la guerra de la OTAN contra Yugoslavia como ilegítima, injustificada e inconfesable en sus motivos, aquellos que criminalizan a Javier Solana y tuercen la vista para no mirar al acorralado déspota de Belgrado, aquellos que se proclaman engañados, estafados y asqueados por la actitud de Occidente respecto a la última crisis balcánica, han creído hallar en la condena a muerte del líder del PKK un buen argumento retórico. ¿Por qué -preguntan- los albanokosovares tienen derechos que merecen ser protegidos a bombazos, en tanto que los kurdos de Turquía pueden ser reprimidos impunemente? Y aunque no la expliciten, dejan en el aire la respuesta: porque el régimen turco es atlantista y de derechas, mientras que Milosevic es amigo de Rusia y... ¿de izquierdas? Quienes así arguyen llevan razón al menos en un punto: ni siquiera las gestas más nobles del siglo XX están exentas de contradicción y de servidumbre al vil interés político; en 1945, por ejemplo, cuando el Ejército Rojo liberaba Auschwitz, el gulag estalinista rebosaba con millones de huéspedes forzosos. Ahora bien, del mismo modo que eso no invalida ni deslegitima la contribución soviética a la derrota del nazismo, el que haya en el mundo otros pueblos víctimas de opresión y sin derechos reconocidos no permite en modo alguno inferir que la intervención aliada en Kosovo era innecesaria. Por otra parte, si Occidente se contradice entre kurdos y kosovares, otros se contradicen entre kurdos y kurdos. Lo digo por algún articulista que hoy se preocupa mucho de Ocalan y del PKK, pero en agosto de 1990, en estas mismas páginas, hacía la defensa de Sadam Hussein mientras los cadáveres de los kurdos iraquíes gaseados en Halabja y otras aldeas se pudrían al sol; y todavía hoy no ha rectificado.
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