Ritual mortífero
LA ESCALADA de los ataques estadounidenses contra objetivos iraquíes parece imparable. En sus últimas misiones en las zonas de exclusión aérea, los cazabombarderos no se limitan ya a destruir un emplazamiento antiaéreo o una instalación de radar, sino que buscan aniquilar centros de mando e instalaciones de comunicaciones. El Pentágono ha reconocido que ha dado a sus pilotos mayor "flexibilidad" en la destrucción de blancos. Tanta que, en una de sus últimas salidas, los F-15, que también matan civiles, han dañado el oleoducto que lleva hasta Turquia el crudo iraquí. Ankara, el fiel aliado que presta a Washington su base de Incirlik para castigar a Irak, ha protestado por este exceso de celo.Washington parece haber perdido de vista cualquier estrategia coherente en su actitud hacia Sadam Hussein. La teoría es que la ampliación de los ataques significa una forma de animar a la sublevacion desde dentro contra un dictador incapaz de defender a su pais. Pero la realidad parece contradecir este diseño. Probablemente nadie desea más que los iraquíes librarse del régimen despótico que preside Husein. Pero una cosa es el deseo y otra la capacidad de actuar. Y en Irak no van de la mano. No sólo porque el país asiático es un Estado policiaco, sino porque los numerososos grupos de oposición a Sadam o no son relevantes o son enemigos declarados entre ellos.
Los ataques aéreos, recuérdese, comenzaron en diciembre pasado, para castigar a Bagdad por su falta de colaboración con los inspectores de la ONU encargados de desmantelar sus armas de destrucción masiva. Al aparente fracaso de la última táctica estadounidense para desestabilizar desde dentro a Sadam Hussein no es ajeno el descrédito en que ha caido la UNSCOM , una vez conocida su infiltración por la CIA durante tres años. Richard Butler, el jefe de los expertos de Naciones Unidas, acaba de afirmar que ignoraba absolutamente estar siendo utilizado. Pero el daño ha sido hecho. Y es más grave porque el trabajo de la ONU fue visto y valorado durante años como la única manera rigurosa y neutral de parar los pies a Bagdad e impedir nuevas aventuras expansionistas. Ahora, lo que comenzó siendo un castigo apoyado por la comunidad internacional corre el riesgo de convertirse en una especie de guerra particular de Clinton contra Sadam. Y en este desafío, el vencedor podría acabar siendo el dictador iraquí; y el gran derrotado, su exangüe pueblo.
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