Grifos que se deshacen

Una grieta en el depósito de combustible de una gasolinera cambió de manera radical la vida de Diego Gutiérrez, de 59 años, y de su familia en 1992. La gasolina, sin que nadie lo advirtiera, fue filtrándose poco a poco en el terreno hasta llegar al sótano y al pozo del cercano chalé unifamiliar que ocupaban los Gutiérrez. Un fuerte olor a combustible inundó pronto la casa. Y se instaló en ella de forma permanente. Diego, que poseía un taller mecánico en una construcción adyacente a su vivienda, limpió con detenimiento estas dependencias con la esperanza de acabar con el olor. Pero no lo logró. Mientras, Paquita, su esposa, llevaba días preguntándose por qué todos los grifos perdían por las juntas. Se deshacían como si algo los corroyera. Además, una de sus hijas enfermó de asma. Diego cayó entonces en la cuenta. Bajó al pozo y allí encontró un derrame de más de 230.000 litros. Cuando estallaban las tormentas de verano, la familia, asustada, abandonaba la vivienda ante el temor de que todo saltase por los aires, y así hasta que consiguieron que el seguro de la gasolinera corriera con los gastos de su alojamiento y su manutención.

La familia denunció a la estación de servicio y activó así la vía judicial. El gestor de la gasolinera terminó indemnizándoles por los graves daños causados y los Gutiérrez se apartaron del proceso.