El suicidio político de los republicanos
Al prolongar, con las declaraciones de testigos, la agonía de un juicio que desde el miércoles de la pasada semana saben fehacientemente que no pueden ganar, los republicanos, según la mayoría de los analistas, se están suicidando políticamente. Aunque con mayor elegancia, la mayoría republicana en el Senado camina por el sendero trazado por sus correligionarios en la Cámara de Representantes. Es un sendero que no conduce a ninguna parte. La jornada clave del juicio a Clinton fue la del miércoles, cuando 44 de los 45 senadores demócratas votaron su intención de no aprobar jamás la destitución del presidente, lo que hace imposible alcanzar los necesarios dos tercios para tal destitución.
Los estrategas republicanos, con el muy conservador Ralph Reed al frente, dicen que el GOP (siglas en inglés del Viejo Gran Partido) no debe temer a esas encuestas que afirman que dos tercios de los estadounidenses condenan su empeño en apurar hasta el final el caso Lewinsky. Esos dos tercios, según los estrategas republicanos, se dividen entre los demócratas convencidos y los que nunca van a votar. El GOP, afirman, se debe al tercio restante: su fiel base electoral conservadora, que odia a Clinton.
Si los republicanos están cometiendo un suicidio político, los demócratas están cometiendo uno moral, dicen los republicanos. Están salvando a un presidente denunciado por acosar sexualmente a una empleada (Paula Jones), descubierto en una aventura sexual en el lugar de trabajo con una becaria (Monica Lewinsky) y acusado de violar la esencia del sistema jurídico estadounidense (la declaración bajo juramento) y de emplear, con el mismo entusiasmo que Nixon, el poder de la Casa Blanca para obstruir la acción de la justicia. Curioso, en verdad, este caso Lewinsky, que ha llevado a las feministas a defender a un presunto acosador sexual y a los conservadores a introducir en el Congreso el tema del sexo oral. Un caso que es el mejor retrato posible de la sociedad estadounidense de fin de siglo, que ha llegado a la madurez de distinguir entre el trabajo de su presidente y su vida privada.
Clinton es la personificación misma de lo que sus compatriotas desean del presidente en estos tiempos de paz y prosperidad. Sin un gran presupuesto, sin una gran visión del mundo y sin grandes realizaciones políticas, pero siempre en campaña electoral, siempre próximo a la gente, siempre ocupado en proponer soluciones concretas para problemas cotidianos.
Los estadounidenses no quieren ahora un Lincoln o un Roosevelt en la Casa Blanca. Quieren a alguien corriente, simpático y trabajador, y empiezan a pensar que ese alguien puede ser mujer. Los republicanos del Congreso todavía no lo han entendido, pero sí dos de sus correligionarios ajenos al Capitolio: George Bush júnior y Elizabeth Dole. En esos dos personajes radica la posibilidad de que el GOP sobreviva al naufragio general del caso Lewinsky.
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