"Te cambio el trofeo"

Los atletas africanos organizan su propia ceremonia de entrega de trofeos. Un acto anónimo, tramitado apresuradamente y desprovisto de emoción, cuya ejecución se improvisa con el podio todavía caliente. El ganador o la ganadora de turno, etíope o keniano, recibe una valiosa escultura o una preciosa bandeja, por ejemplo. Pero lo mismo que si se tratase de una obra de Chillida. El premio reposa sobre los brazos indiferentes de su dueño, cuyos ojos lo que envidian es la copa de su vecino en el podio, uno de esos trofeos clásicos de latón. Uno de los de toda la vida. Querrá ése y no otro más valioso. La transacción es frecuente, afirma la vizcaína Amaia Piedra. "Apenas me habían entregado el trofeo a la primera atleta vasca [finalizó quinta en el cross de Elgoibar del pasado domingo], cuando Gennet Gebregeorgis, la ganadora, me dijo en inglés que tenía que hablar conmigo. Extrañada, la acompañé y me dijo que me cambiaba su trofeo por el mío porque el suyo pesaba mucho y tendría que pagar en el aeropuerto por sobrepeso". Amaia Piedra aceptó y se quedó con una estatua de bronce que representa a un loro, la mascota del club organizador de la prueba. Le gusta. La etíope Gebregeorgis habrá colocado ya en su casa la copa insulsa, pero tan prestigiosa en su país. Una excelente operación. Julia García, mánager de ambas atletas, cuenta que ya no le quedan trofeos en casa de los años en que competía. "Se los tuve que cambiar a los africanos porque los que recibían no les gustaban", asegura. La propia Gebregeorgis rechazó hace poco una valiosa cerámica de Sargadelos en A Coruña y una preciosa bandeja en Nueva York y prefirió otra copa impersonal. "Allí", explica Julia García, "conceden prestigio, tienen significado. Lo que aquí consideramos bonito y original allí no vale nada". Gebregeorgis, quien estudió en una universidad norteamericana y lleva tres años compitiendo en Europa, donde vive de cuatro a seis meses al año, no altera el ritual de los cambios. Como si fueran cromos. Sin embargo, sus prisas en el intercambio con Amaia Piedra resultan ajenas a la racanería que suele atribuirse a los competidores africanos. "Gennet no es como la mayoría de los africanos, que no te pagan ni un café porque están obsesionados con ahorrar", explica Julia García. "Ella se ha construido una mansión en su país y viste de forma elegante. Tiene clase. Lo que pasó en Elgoibar es que, como no se entendía muy bien con Amaia, le dijo eso para quedarse con la copa". Amaia Peidra ha colocado en un lugar preferente de su salón el trofeo ganado por su rival. "Cuando se acercaron los periodistas llegué a creer que alguno pensaría que me estaba aprovechando de ella", recuerda la atleta. Y cuando le dijeron que, además de original, debía de costar entre 50.000 y 60.000 pesetas, exclamó entre risas: "No se lo digáis a Gennet, que igual se arrepiente y me lo quiere cambiar para revenderlo". Ahora ya sabe que no lo hubiera hecho.
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