Una fortaleza diáfana por dentro
El arquitecto italiano Giorgio Grassi, profesor en Milán, se ha hecho célebre a lo largo de las últimas décadas (junto al fallecido Aldo Rossi) por el rigor, racionalidad y sencillez "neorrealistas" de sus soluciones, que nunca pretenden ocultar el problema constructivo al que responden. De hecho, su fama se cimentó a raíz de la metafísica gravedad, digna del Castello Estense de Ferrara, de su proyecto para una residencia de estudiantes en Chieti, en 1976. En Valencia, sin embargo, es más conocido por su restauración del almudín de Xàtiva y, sobre todo, por su polémica intervención, junto con Manuel Portaceli, en el Teatro Romano de Sagunto: los unos (los menos) siguen pensando que lo desfiguró encubriendo sus (en gran parte falsas) ruinas; otros le agradecen la brillante y espectacular rehabilitación mediante la cual logró resucitarlo de su triste letargo.El aspecto de la biblioteca que ayer se inauguró resulta severo, incluso frío, y hasta ligeramente amenazante. Al verla, el espectador podría pensar en una especie de fortaleza. Sin embargo, cuando uno se encuentra en su interior, el panorama cambia por completo. Bajo esa apariencia algo inquietante yace una realidad resplandecientemente acogedora: el cuerpo central del edificio es un atrio de seis pisos cuyos muros son los libros.
La idea es que el lector pueda manipularlos con entera libertad, desde las seis salas de lectura hasta los 12 depósitos adyacentes. Por eso los estantes más altos se encuentran siempre al alcance de la mano. La fortaleza no esconde un laberinto, sino que la biblioteca se revela, más bien, como un espacio diáfano y solícito, con el mismo vocabulario habitual en su trayectoria: austeridad, equilibrio, robustez.
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