El exceso de ganado pone en grave peligro la supervivencia de las dehesas españolas
El apoyo europeo al pastoreo intensivo imposibilita que rebroten encinas y alcornoques
El paisaje que adorna la mayor parte del suroeste peninsular, de Salamanca a Sevilla y de Badajoz a Ciudad Real, tiene los días contados. Sus protagonistas están fosilizados. No tienen herederos. Las encinas, los alcornoques y los quejidos que salpican las dehesas son árboles centenarios, a veces con más de 300 años. El dramático aumento de la ganadería extensiva, impulsada por las subvenciones de la Unión Europea, no permite que los brotes sobrevivan. Si esta tendencia no se frena, los expertos vaticinan para dentro de 30 años el fin de las dehesas.
Todo parte del cambio radical de actividades en las históricas dehesas ibéricas, un territorio dominado por el pastoreo que había alcanzado su equilibrio en los tiempos en que el ganado lo abandonaba temporalmente siguiendo la ruta de la trashumancia."Esa ruta sólo la hace hoy un 1% de la cabaña ganadera", dice Miguel Ángel Collado, presidente de Profor, la agrupación que reúne a los profesionales forestales de Extremadura. Collado sitúa el origen del problema en los años cincuenta, coincidiendo con la época del desarrollismo.
Es entonces cuando remite la trashumancia y el ganado se convierte en sedentario. Se cercan las dehesas y al ser deficitarios sus recursos herbáceos se complementa la alimentación de las reses con piensos y heno para permitir su permanencia. Eso fue el principio.
Política agraria
El boom del fenómeno coincidió con la incorporación de España a la Unión Europea en 1986 y el acceso de los agricultores españoles a las subvenciones de la política agraria comunitaria, que traza cuotas sin tener en cuenta que las dehesas extremeñas no tienen ningún parentesco con las fértiles praderas de Flandes.En consecuencia, el equilibrio de las dehesas se rompe. La presencia de ovejas crece un 70% entre 1982 y 1986. "Y la cabaña vacuna se duplica", señala Miguel Escribano, profesor de Producción Animal en la Escuela de Ingeniería Agraria de la Universidad de Extremadura.
Las cifras absolutas abundan en ese crecimiento. En 1986 había en esa región 167.000 reses de carne; diez años después, 317.000. Los incrementos de cerdos son aún mayores: 68.000 cabezas en 1986 frente a 103.000 hace dos años.
El exceso de animales de pastoreo agresivo -vacas, sobre todo- sobre las dehesas ha sido definitivo para comprometer su supervivencia: se comen los brotes y retoños, y sólo dejan los árboles adultos. "Es como si vas a un pueblo y te encuentras con toda su población por encima de los 60 años. Ya puedes adivinar su futuro. Lo mismo ocurre con las dehesas, que ofrecen un estado alarmante", afirma Collado.
Su diagnóstico coincide con el de Escribano, que considera la política agraria comunitaria completamente contradictoria con los objetivos que perseguía. Las dehesas estaban bien conservadas, y ahora están condenadas a muerte.
Escribano añade: "Los planes de reforestación han quedado obsoletos. No existe pirámide de edad. Todos los individuos tienen la misma edad. Son todos viejos. Las administraciones públicas no han sabido reconducir las subvenciones hacia el medio ambiente. El agricultor las ha invertido con criterios de rentabilidad, lo que es normal, pues quienes invierten su escaso beneficio en la naturaleza son héroes". Escribano aboga por un inmediato freno a la producción ganadera para evitar la catástrofe.
El catedrático de Pastoreo en la escuela de Ingenieros de Montes de Madrid, Miguel Montoya, es más contundente en sus apreciaciones. Da por muertas a las dehesas. "Son bosques fósiles", afirma categórico. Por añadidura, la carga cinegética también se ha incrementado. "Así es imposible la regeneración del bosque mediterráneo, un ecosistema delicado donde los haya", asegura Montoya.
Esa opinión no la comparte la consejería extremeña de Medio Ambiente, uno de cuyos responsables atribuye la abundancia de caza mayor a la "magnífica gestión cinegética y a las excelentes condiciones meteorológicas de los últimos años". Esa abundancia se traduce en que se han triplicado los venados que pastan.
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