Indulgencias
E. CERDÁN TATO Eduardo Zaplana ha visitado al Santo Padre que vive en Roma. Y le ha llevado la primera piedra del centro ecuménico que se construirá en Oliva, para que le eche las bendiciones. En trance devoto, le ha agradecido cuanto está haciendo por los ciudadanos de la Comunidad Valenciana, que el presidente sabrá qué. En este punto, se han desencadenado las especulaciones: desde que pretenda conferirle a Terra Mítica el carácter de ocio cristianado y que así palie las licencias paganas de su temática, hasta la absolución de los delirios de algunos de sus subalternos. Del alcalde de Alicante, pongamos, que lo hay y de cuya existencia da fe, si no su gestión municipal, sí la sabiduría de Arquímedes: el volumen del aire que desaloja es más trino que uno; y los terrenos que se dispone a expropiar para la edificación de una confusa Ciudad de la Luz, responde a una pretendida compensación de la opacidad de su sustancia encefálica, forrada de sospechosos intereses. En la audiencia de Juan Pablo II, Eduardo Zaplana, que está al tanto de los disparates de sus títeres alicantinos, le ha rogado que no los deje caer en la tentación, sino en el basurero. Pastor y oveja podrían haber indagado la naturaleza de las obsesiones del alcalde de Alicante, que lo hay, aunque viva de espaldas a cualquier clamor y ofrezca escorzos caciquiles. De formularlo, el diagnóstico estaría muy próximo a aquel grito de "luz, más luz" que Goethe lanzó a la historia, movido más por la agonía que por su afán de conocimientos. El alcalde de Alicante, que lo hay, puede que, como tal, ya esté contando los días que le quedan y tenga un pie en el estribo del tren de Estrasburgo, en una última voluntad. Eduardo Zaplana ha visitado al Santo Padre que vive en Roma, mientras los trabajadores de la factoría Ford de Almussafes se la juegan y recriminan a la Generalitat un protagonismo de opereta, y su indiferencia y abandono de la defensa de los intereses laborales de varios miles de valencianos. Y hasta es muy posible que el presidente haya acudido a Roma en demanda de indulgencias para sí mismo y para los de su Consell. Tampoco lo tiene difícil. Un Papa que beatifica a un nazi acusado de genocidio y que le da la comunión a Pinochet, no le va a negar esas migajas a un modesto aprendiz de ilusionista.
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