Aclamada 'Barrio', excepcional filme español
La japonesa "Después de la vida" desperdicia una bella metáfora sobre el cine y la memoria
Ayer, la gente de a pie y los periodistas acreditados respiraron a fondo, envueltos en el silencio audible que crea el gran cine, y al final aclamaron a Barrio, segunda película española en concurso, que representa con suma sencillez y talento una visión durísima del lado más aterrador de la vida cotidiana en la España democrática: los pozos de miseria que se esconden, a tiro de piedra de los rascacielos acristalados a la americana, en el subsuelo de nuestra abundancia. Estamos ante uno de los más graves e importantes filmes de nuestro cine reciente y puede aquí dar la campanada la noche del sábado.
No es mejorable la crónica que el escritor y director de Barrio, Fernando León, hace del origen de su película: "Ésta es una historia de cualquiera de esos barrios situados al sur de las grandes ciudades. Altos y desmañados, Javi, Manu y Rai comparten esa edad en que ni se es hombre, ni se es niño. Me los encuentro a veces en los periódicos. Protagonizan pequeñas columnas en la sección de sucesos. Son tan jóvenes que aún no tienen ni nombres, sólo iniciales. Se les puede ver, pero no tocar. Lo dicen los carteles que cuelgan de sus vidas, en los que querer no es poder. Porque allí, en su barrio, al que madruga no le ayuda nadie, tan sólo llega antes a la cola del paro. Las ventanas de sus casas no tienen vistas, tienen rejas. Luchan por irse de allí, una lucha en absoluto heroica, más bien desganada por alcanzar la liebre, no para comérsela, sino para dejar de correr detrás de ella".¿Qué añadir? Que estos rostros de muchachos subieron a la pantalla por obra de eso que llaman un casting en un barrio madrileño, como podrían haberlo hecho si se les hubiera buscado en cualquier otra ciudad española; que ellos y una chica colega vertebran una de las películas más hondas y rotundas que se han hecho en el cine español reciente, que esa película (tiempo al tiempo) es el puñetazo, que va a poner a muchos intrusos en su sitio, de un cineasta de fuste a las mismísimas narices del corro de señoritos que están fingiendo que hacen cine moderno en la actual invasión de moderneces que vacían y encanallan las pantallas españolas; que los intérpretes naturales -Críspulo Cabezas, Timy, Eloi Yebra y Marieta Orozco- del infierno de su barrio se mueven con la misma o mayor soltura ante la cámara que los expertísimos y magníficos profesionales -Alicia Sánchez, Enrique Villén, Francisco Algora, Chete Lera- que los escoltan.
Que Barrio se ha puesto de un golpe -junto a la magnífica norteamericana Dioses y monstruos y las hermosuras francesas Finales de agosto, primeros de septiembre y De todo corazón- a la cabeza de la competición en esta edición del septiembre donostiarra; que si este cronista tuviera ahora mismo que adelantar un pronóstico de cuál de estas cuatro excelentes películas se merece la Concha de Oro no dudaría, sin emplear ni una gota de sangre nacionalista, que le es completamente ajena, en decir Barrio.
Y que afirma esto porque está convencido de que, sopesando estos cuatro pariguales esfuerzos estéticos, desequilibra a su favor la balanza la serena cólera, la radicalidad y la contundencia como actitud, como hecho moral, del gesto que sostiene a Barrio, donde una piña de gente libre consigue crear un espíritu libre, cuya inteligencia desenmascara, con un manotazo de talento, la vileza de esa peligrosísima impostura política de que "España va bien", cuando este filme averigua y desvela irrefutablemente que a muchos millones de españoles no sólo no les va bien, sino que les va muy mal, espantosamente mal, y que, cuanto mejor les vaya en adelante a unos cuantos, todavía peor les irá a ellos.
Así de negra y así de diáfana es la perturbadora verdad que nos arroja a los ojos esta fortísima y admirable ficción, comprometida hasta el cogote con lo que, el otro día aquí, llevó al gran cineasta francés Robert Guédiguian a definir el cine futuro como "cine antiguo eminentemente moderno". Lo que Barrio relata es tan antiguo y tan eminentemente moderno como el hambre, la desolación, la opresión, la miseria y su terca persistencia multitudinaria dentro de las sociedades que tienen la osadía de considerarse ricas.
Celuloide hinchado
Cerró la jornada la película japonesa Después de la vida, dirigida por Hirokazu Kore-Eda, una curiosa y original representación del mito del Limbo, que podría haber dado lugar -está exquisitamente fotografiada, dirigida con muy buen pulso y sobriamente interpretada- a un buenísimo mediometraje, que por desgracia se convierte en un largometraje de dos horas a las que sobra, como poco, una. Con manga ancha puede decirse que es una película aceptable, y con un poco de mala uva la cosa puede reducirse a celuloide hinchado, manifiestamente sobrante, y tan sólo pasable.
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